martes, 20 de diciembre de 2011

La crisis eleva al 22% los jóvenes que ni estudian ni trabajan.

La crisis está dejando descolgados a muchísimos jóvenes. En España, 800.000 ciudadanos entre 18 y 24 años ni estudia ni trabaja. Representan uno de cada cinco, una de las cuotas más elevadas de la Unión Europea. En los tres últimos años han empeorado las cifras de la llamada generación ni-ni. En 2008 suponían el 13,9% de los europeos de 18 a 24 años y en 2010 eran ya el 16,5%, según alerta un reciente estudio del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cedefop). Y todo indica que los datos de 2011 van a ser todavía peores.
Hay grandes diferencias entre los distintos países de la UE. Y España, con un paro juvenil cercano ya al 50%, está entre los que tienen peores datos: son el 22,4% (en 2008 eran el 17%, y un año antes, el 13,8%). Con más de 800.000 jóvenes que ni estudian ni trabajan, unos 280.000 más que en 2007 (si se cruzan los porcentajes de la Encuesta Europea de Fuerza del Trabajo de Eurostat con los datos del padrón del INE), España ocupa el quinto puesto de la Unión en este preocupante ranking. Por delante están Letonia (22,5%), Irlanda (24,1%), Italia (24,2%) y Bulgaria (27,8%). Donde menos hay es en Holanda (5,9%) y Luxemburgo (6,9%). Este último está en el grupo de los únicos cuatro países que han logrado reducir sus cifras durante la crisis, junto a Alemania Malta, de forma levísima, Bélgica.
“Es difícil hacer generalizaciones para toda Europa, pero lo que parece estar ocurriendo es que los jóvenes están siendo víctimas del paro (esto ha sido peor en países como España), pues son los más fáciles de despedir; y de los recortes de las ayudas sociales. En Reino Unido se espera que bajen un 20% en los próximos tres años, además de lo que ya se han reducido”, señala Neil Lee, economista del instituto de investigación The Work Foundation, de la Universidad de Lancaster.
El catedrático Psicología Social de la Universidad de Valencia José María Peiró distingue dos grandes grupos de jóvenes bajo la etiqueta de ni-ni (ni estudian ni trabajan). Primero, los que lo son porque no les queda más remedio: han fracasado en los estudios y no encuentran trabajo. Segundo, los de tipo “sabático”, que se toman un tiempo antes de ponerse a trabajar, al final o en medio de los estudios. “Lógicamente, estos tienen salario de reserva, quizás por la familia”, añade.
Precisamente el apoyo familiar —más en los países del sur de Europa—, junto con las ayudas sociales y el trabajo sumergido —el Ministerio de Economía estimó a principios de 2011 que la economía sumergida en el 20% del PIB español—, amortiguan el impacto social de una cifra como ese 22,4% de ni-nis.
Aventurar cuántos jóvenes pertenecen a cada situación es realmente complicado, pues la encuesta europea simplemente señala a los jóvenes parados o inactivos que no han estudiado, ni siquiera un cursillo de inglés o de informática, en el último mes. Y en realidad las variantes son infinitas: el que encuentra trabajo pero lo rechaza por las malas condiciones del empleo o porque tiene que desplazarse; el que vuelve a estudiar, pero se frustra y lo deja (en Madrid, se titula solo el 10% de los matriculados en escuelas de adultos, según CC OO); el que decide agotar el paro antes de ponerse otra vez manos a la obra; el que se desanima tras mucho tiempo buscando empleo...
Sin embargo, parece claro que el primer grupo que señala Peiró, el de los que no trabajan porque no pueden, y ni se les pasa por la cabeza retomar los libros, crece en medio de la crisis. Sobre todo en un país como España, que ha mantenido durante toda la década un porcentaje de abandono escolar temprano cercano al 30%, aunque ahora haya bajado al 28%. Fue en 2008 cuando en España empezó a crecer mucho la cifra de ni-nis y se disparó en 2009, precisamente cuando todos esos jóvenes escasísimamente formados empezaron a engrosar masivamente las filas del paro.
 Es decir, que son precisamente los más vulnerables los que están engordando la estadística, asume el catedrático de Economía de la Pompeu Fabra José García-Montalvo. “Las tasas de paro que han crecido más rápidamente son las de los jóvenes con menos formación; a diferencia de otras crisis anteriores, mucho más rápido que las tasas de desempleo de los universitarios”, señala.
Así, no hay trabajo, y el reenganche en el sistema educativo se hace complicado, no solo porque a los jóvenes les pueda costar más o menos tomar la decisión, sino “la escasa relevancia de los programas de segunda oportunidad para mejorar la formación de los alumnos que abandonan”, señala el profesor de Economía de la Universidad de Vigo Alberto Vaquero.
Aparte de iniciativas puntuales, los recursos públicos para jóvenes que dejaron los estudios sin el título más básico, el de ESO, se concentran en las escuelas de adultos, que en muchos puntos del país se están saturando. El alumnado ha crecido un 13% entre 2008 y 2011, rondando el 50% de subida en Asturias, Baleares y La Rioja, y el 27% en Navarra, Madrid, Cataluña y Comunidad Valenciana. Y eso que esas cifras reflejan el crecimiento que esas escuelas están siendo capaces de asumir, no la demanda real.
“Las mayores carencias [del sistema educativo] se encuentran en la escasa oferta en la formación de adultos, especialmente relacionada con ciclos formativos de FP y el limitado uso, por parte de las Administraciones autonómicas, de la formación que facilite el acceso a estos ciclos”, señalaba CCOO en un reciente estudio sobre cómo están afectando los recortes presupuestarios a la educación. Además, la Formación Profesional tampoco da abasto: unos 40.000 alumnos, según la central, se quedan cada año sin la plaza en los estudios que habían solicitado; algunos estudian otra cosa, donde encuentran sitio; muchos otros, la mayoría, abandonan su intento de estudiar.
Pero no todo son recortes. Vaquero también asegura que España presenta problemas de “falta de adecuación de la formación recibida a lo que demandan las empresas” y “carencias formativas generalizadas”. “Es necesario apostar por un mayor dominio de otras lenguas y por un creciente uso de las tecnologías”, añade. (FUENTE: EL PAÍS).

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