Se entiende por diglosia, en el mundo de la
lingüística, a la supremacía social, política y económica que una
sociedad otorga a una lengua sobre otra, usualmente en zonas bilingües.
Sin embargo, yo aún no conozco un término para referirme al hecho que
sucedió en la universidad de Pittsburg en Estados Unidos, donde una
maestra alega que fue despedida por enseñar español con pronunciación
peninsular y no latinoamericana.
Sarah Williams
aprendió castellano en España por lo que, obviamente, su estructura
lingüística está marcada por rasgos característicos de la zona ibérica.
Williams presentó una denuncia de discriminación contra la universidad
argumentando que por su acento no le renovaron el contrato de trabajo.
Según la maestra, la raíz del problema surge con la jefa del
departamento, de nacionalidad boliviana, quien llama opresores a los
españoles y quiere profesores latinoamericanos.
De
ser las cosas tal como indica Williams, se abre un debate en torno a
este hecho, porque ninguna lengua se puede considerar mejor o peor que
otra y mucho menos una forma dialectal. El hecho de querer segregar a un
hablante por su acento simplemente crea una discriminación etnocéntrica
y sin fundamento que atenta contra los derechos lingüísticos.
El español de América es diverso; la forma de hablar de un argentino
difiere de la de un peruano, lo mismo que la de un colombiano de la de
un boliviano; y desde luego el español de España es distinto al del
nuevo mundo; y ello no es razón para que un grupo sienta que habla mejor
y quiera segregar al otro.
Las comunidades
lingüísticas hablamos de manera distinta según nuestra edad, nuestra
condición social, nuestra ubicación geográfica, la convivencia con otras
lenguas o el interlocutor que tengamos en frente. La tarea de la
lingüística y de la sociolingüística es analizar estos fenómenos ya que
las lenguas están en constante evolución, pero es impensable que en una
carrera universitaria de Literatura y Lenguas Hispánicas surja
discriminación de este tipo.
La riqueza del
hispanismo radica en que gracias a este idioma —que llegó a nuestro
continente en 1492— podemos comunicarnos entre hispanohablantes y esto
nos hermana. La gama diversa de acentos sólo da riqueza y no es un
motivo para que se genere una absurda discriminación. (FUENTE: LA RAZÓN, BOLIVIA).
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