"No estamos educados para ser espectadores", dice un psicólogo
Un árbitro dice: "He escuchado insultos más graves que en Primera División"
El tenis, siendo tan señorial, acumula muchos casos de antideportividad
Un padre admite: "El día que fui a un partido de mi hijo, me mandó callar"
El entrenador es clave en la prevención de la violencia escolar
Los encuestados ven un reflejo de la agresividad general de la sociedad
Sin el tesón de los padres, tampoco habría deporte en las zonas rurales
-¿Ve usted, don Santiago, a ese extremo rubio...? Lleva una progresión magnífica.
-Ya, ¿y quien ese señor que está apoyado en la barandilla viendo el entrenamiento?
-Es su padre, don Santiago.
-No me interesan juveniles con padre.
La
conversación, nada literal, fuera verídica o leyenda urbana, se le
atribuye a Santiago Bernabéu, presidente del Real Madrid entre 1943 y
1978 (año de su muerte), con un empleado o directivo del club. No es que
Bernabéu quisiera futbolistas huérfanos, pero lo cierto es que desde
entonces, y probablemente antes, ya se consideraba la figura del padre
como un elemento a menudo pernicioso en el desarrollo deportivo de los
jóvenes.
Llovió y llovió desde aquella conversación y ahora esa
percepción social que cada cual en su condición -primero de joven y
después de padre o madre- ha vivido ha sido ratificada por un estudio
del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno vasco, publicado en
noviembre, y en el que destaca un dato aterrador: un 25% de los
encuestados considera que la agresividad de los padres/madres de los
jugadores explica uno de los motivos más importantes en los actos
violentos que se producen en el deporte escolar. La muestra (820
entrevistas) está referida a la comunidad autónoma vasca y no se ha
encontrado otro estudio similar con mayor dimensión geográfica, aunque
nadie cree que la percepción variaría de forma singular en otras
comunidades. Solo un concepto mucho más global como la falta de
educación supera a la agresividad paterna como motivo de la violencia
verbal, especialmente, o física, en menor medida.
A nivel general,
un 27% de los preguntados asegura haber asistido a competiciones
deportivas escolares en las que se han producido agresiones verbales del
público hacia los deportistas. Curioso, porque en ese tipo de
competición la condición de espectador suele coincidir casi al 100% con
la del entorno familiar y social del niño y los deportistas, a los que
alude la pregunta, alcanzan como mucho los 14 años (según las leyes del
Deporte que rijan en cada comunidad). Un 22% asegura también haber
asistido a competiciones escolares en las que ha habido agresiones
verbales entre el público, un 20% a agresiones verbales entre jugadores,
un 7% a agresiones físicas entre el público y un 14% a agresiones
físicas entre los jugadores.
El padre como ejemplo de hooligan,
a veces por su condición de tal en todos los órdenes de la vida, a
veces en transformaciones de fin de semana que acaban sorprendiendo al
propio hijo. "Este es un tema que conviene singularizar", afirma
Fernando Gimeno, psicólogo de la Facultad de Ciencias de la Salud y el
Deporte de la Universidad de Zaragoza. "En algunos casos que hemos
trabajado se da la circunstancia de padres que no se reconocen a sí
mismos en el momento del partido", asegura. "Un padre reconoció: 'La
primera vez que fui a un partido de mi hijo, me dijo que me callara, que
ya estaba bien'. A veces se trata de personas correctas pero que
sucumben a la implicación emocional de ver allí a su hijo, que les
envuelve el entorno, que es muy propicio a este tipo de actitudes".
Todas
las miradas apuntan al fútbol. No en vano, un estudio realizado la
pasada temporada por la Diputación Foral de Biz-kaia alertaba ya de que
en el 15% de los partidos disputados se habían producido actos de
violencia y la propia institución foral, en unión con la federación de
fútbol vizcaína, lanzó una campaña mediante la cual los árbitros
portaron unas camisolas con la leyenda "No a la violencia" después de
algunos casos de agresión. Celino Gracia Redondo, exárbitro
internacional, reconoce que "en estos partidos escolares, de niños, he
escuchado insultos muchos más graves que los que he oído en los campos
de Primera División". "Mi hijo también jugó en categorías inferiores en
el Zaragoza y yo trataba de aislarme del entorno general. Me iba a una
esquina porque aquello había veces que era insoportable y además siendo
árbitro en activo, imagínate lo que podía ser aquello...". "Lo que tengo
claro", añade, "es que un chico de 10 años no tiene maldad en el campo y
que tranquilamente podrían jugar sin árbitros. Es el entorno,
mayoritariamente el familiar, el que pudre esa situación. Eso está
claro".
No está tan claro ni que el fútbol, por mayoritario y por
deporte de contacto, sea el más peligroso, ni que el niño no aporte
maldad alguna al ejercicio del deporte. "Es curioso que en un deporte
como el tenis se produzca un grado de antideportividad, y a veces de
agresividad, inesperado", dice Fernando Gimeno. "Hay que tener en cuenta
que en ese deporte, por ejemplo, a nivel escolar no hay árbitros. Hay
uno general que se pasea por las distintas pistas y son los propios
jugadores los que se autoarbitran. Pues bien, la antideportividad es
generalizada en el análisis de cada jugada. Y la intervención del
entorno [léase padres o entrenadores] no suele resultar aleccionadora,
según hemos podido estudiar, y alcanza en ocasiones a la agresividad o
la ley del más fuerte".
"Todos hemos sido testigos de la violencia
de los padres en este tipo de situaciones", afirma Victor Urrutia,
director del estudio del Gobierno Vasco "y está claro que mediante la
extensión del deporte se están filtrando elementos que alteran el
deporte formativo, el deporte como compendio de valores". "Un concepto
de tanto valor en la vida como es la competitividad, en el deporte se
pervierte y se convierte en una causa de generación de violencia",
señala. "¿Y por qué no la cooperación, como valor deportivo?", se
pregunta Víctor Urrutia, "¿por qué la competitividad trufa ese posible
sentimiento en un deporte colectivo, y por tanto solidario,
especialmente el mayoritario fútbol? No hay duda de que esta encuesta
ratifica una impresión generalizada y pone de manifiesto que si en la
competición escolar se genera cualquier tipo de violencia, estamos ante
un hecho preocupante y es un toque de atención a los padres, porque el
entorno familiar es el primer asentamiento de la personalidad".
Recuerda el director del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno vasco la última película de Roman Polanski, Un Dios salvaje,
en la que unos padres se reunen para analizar y resolver la brutal
pelea entre los hijos de ambas parejas y acaban enfrentándose en una
pelea mucho más brutal.
María Ruiz de Oña es la psicóloga del
Athletic y aporta una línea más al debate. "Venimos observando
últimamente que hay muchos padres que no quieren que sus hijos jueguen
al fútbol, precisamente por esa imagen violenta que transmite". Son los
padres no hooligans. Una versión que corrobora también Gimeno al
reconocer que sin el voluntarismo de algunos padres "no habría deporte
escolar especialmente en zonas rurales, donde la organización de eventos
es más dificultosa". El deporte escolar, no obstante, vendría a ser
como el reflejo en miniatura del deporte espectáculo de los grandes
acontecimientos. "Basta ver la actitud de algunos padres cuando le
cambian de puesto a su hijo o le relevan por otro muchacho. Es la
fotografía en blanco y negro del gran deporte en color. De ahí a la
agresividad verbal no hay más que un paso. Cada vez vemos más alevines
que no llegan al deporte con la idea de pasarlo bien, sino de ganar",
señala Ruiz de Oña.
"El mayor drama que nos sucede a quienes
trabajamos en equipos de élite, en edad escolar, es cuando tienes que
dar la baja a un muchacho y llevarlo a jugar a otro sitio", recuerda la
psicóloga del Athletic. "¿Sabes qué es lo más preocupante para el chaval
o la chavala? Decírselo a sus compañeros de colegio. Ese es el primer
drama".
Sin embargo, a pesar de que no figura en la encuesta, Ruiz
de Oña entiende que hay una figura principal en el aleccionamiento y en
la prevención de la violencia: "El entrenador es clave, el padre al
final es un agente indirecto. El entrenador es la primera referencia del
muchacho y esa convivencia en muchos casos es tremendamente
complicada". Quizás por eso Gimeno hace hincapié en los cursos que se
dan a los entrenadores o monitores para "saber entrenar a los padres y
madres, porque necesariamente van a tener que enfrentarse a los
progenitores de tú a tú y estos también intervienen en la formación e
incluso en el desarrollo del partido". "En el fondo", asevera, "no
estamos educados para superar la dificultad de ser espectadores".
La
encuesta del Gobierno vasco revela algunos datos laterales abiertos al
debate: ¿Es un reflejo de la violencia general? La gente preguntada
(mayor de 15 años) cree que sí (totalmente un 48% y en alguna medida un
42 %), y también considera que el fanatismo es la segunda causa de
conflictividad en el deporte escolar.
¿Todos llevamos un hooligan
dentro cuando el vástago se pone ante nuestros ojos? Mayoritariamente,
sí. Es cierto que el nivel de agresividad o de violencia verbal no se ha
medido en los campos del deporte profesional, donde el ruido ahoga las
expresiones. Seguramente muy pocas personas podrían levantar la mano si
se preguntase quién no ha proferido un insulto en un campo de juego,
desde el violento fútbol hasta el señorial tenis (contra el árbitro,
contra el rival, el presidente, el portero...). El insulto al árbitro es
un ritual ya concebido como rutinario y que al parecer se antoja un
asunto más anecdótico que importante. "Por principio nunca critico a los
árbitros y no voy a cambiar mis principios por ese hijo de puta", dijo
un entrenador inglés al término de un partido.
No se escuchan
frases más suaves en la competición escolar, donde por cierto cada vez
intervienen más mujeres (como deportistas, entrenadoras o árbitros) que
han alargado la sucia vida de la agresión verbal.
Seguramente si
Santiago Bernabéu levantara la cabeza y se encaminase a aquel terreno de
juego no se encontraría al padre del extremo rubio acodado en la
barandilla, sino charlando con otro tipo, el representante del chaval. Y
si fuera al colegio, el padre del muchacho estaría hablando con un
cazatalentos. Dice el filósofo José Antonio Marina que "todo el que
trabaja en un centro educativo es personal docente". ¿Trabajan los
padres en el centro educativo de sus hijos? Muchos, al parecer, creen
que no. (FUENTE: EL PAÍS).
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