Desde el 1 de junio, el mundo estará un poco más cerca de conocer los
enigmas que se esconden tras los rostros de obras de arte como el Retrato desconocido, posiblemente del duque de Monmouth, La joven de la perla de Johannes Vermeer, o el Retrato de personaje desconocido, de Alberto Durero. Esa es la fecha que el profesor de arte medieval de la Universidad Riverside de California
Conrad Rudolph y su equipo han elegido para poner en marcha el proyecto
FACES, que consiste en aplicar la tecnología forense de reconocimiento
facial al arte. “Se trata de prospectar los límites de los programas que
ya existen”, señala Rudolph. Esto es: su equipo va a hacer uso de las
mismas técnicas que utiliza la policía para comparar dos imágenes y ver
si pertenecen a la misma persona, para dilucidar si también se pueden
aplicar a los retratos históricos. “Aún no sabemos hasta dónde se puede
llegar”, puntualiza.
Lo que sí da por seguro es que se encontrarán con obstáculos.
“Reconocer el rostro de una persona ya es de por sí complicado, porque
el tiempo pasa y las facciones cambian, y además, hay otras cuestiones
que alteran la apariencia, como el vello facial, las expresiones, la
pose o la iluminación, por ejemplo”. Si lo que se quiere comparar son
dos cuadros, se suma además la problemática de la interpretación del
artista: “Muchas veces se intenta representar a la persona más guapa,
más joven…”, explica Rudolph, que cuenta que se le ocurrió la idea al
oír sobre la tecnología forense en las noticias.
El objetivo del proyecto, en cualquier caso, trasciende el simple
hecho de satisfacer la curiosidad que despierta el no saber quién es el
retratado. “Lo que se conseguiría es restaurar documentos históricos.
Esa gente que ahora ha caído en el olvido fue importante en su día, y
restablecer su identidad supondría entender un poco más la historia”.
Tras la financiación del proyecto se encuentra el Fondo Nacional de EE UU para las Humanidades, que les ha concedido una beca de 25.000 dólares (cerca de 20.000 euros).
Para empezar, el equipo, compuesto por historiadores del arte e
ingenieros electrónicos, tomará una máscara mortuoria (que representa
fielmente los rasgos, pues se crea directamente sobre el rostro del
fallecido) para compararla con un retrato tridimensional, como un busto o
una escultura, del que se conozca la identidad del retratado, para
comprobar si la tecnología funciona o no. "Es igual que con las huellas
dactilares”, ilustra el profesor, “para que te puedan decir algo,
necesitas compararlas con otras huellas, y para eso tienes que crear una
base de datos, que es lo que vamos a hacer nosotros también”.
En una segunda fase, se cotejarán dos bustos de un mismo individuo
realizados en una época concreta de su vida por un solo artista, y si la
máquina sigue reconociendo que pertenecen a la misma persona, probarán
con dos bustos realizados en distintos momentos, para averiguar si el
programa también es capaz de comprender que se trata de la misma
persona, solo que más joven o más mayor. Si todo esto funciona, entonces
darán el salto a las pinturas e intentarán contrastar obras de
diferentes autores, y en diversos momentos de la existencia del
retratado.
“La tecnología nunca te va a decir que se trata de esta o la otra
persona, pero te da pistas”, señala Rudolph. “Al final, es siempre el
ojo humano el que tiene que tomar la decisión final”. Como punto de
partida, además del posible retrato del duque de Monmouth, el equipo ya
tiene en mente otras obras de arte a las que intentarán poner nombre,
como un retrato desconocido de la National Portrait Gallery, que
compararán con un busto de Lorenzo de Médici y con su máscara mortuoria
para decidir si el cuadro representa al mecenas del Renacimiento. Otras
identidades envueltas en misterio, como por ejemplo la del Caballero de la mano en el pecho
de El Greco, quizá sean más difíciles de averiguar. “Ante todo
necesitamos que sean representaciones realistas, y El Greco pintaba en
gran medida de manera abstracta”. Quizá cuando mejore la técnica... (FUENTE: EL PAÍS).
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