«Es un pueblo dentro de otro pueblo. El aliento te lo dan
las visitas, las cartas y los amigos», explica un exrecluso de la cárcel
para preventivos de Basauri, donde conviven 384 almas condenadas a
saldar su deuda con la sociedad. Es un universo paralelo, otra realidad
limitada por muros, rejas y cerrojos enclavada dentro de una ciudad de
43.000 vecinos que intenta transformarse a base de cerrar heridas
urbanísticas. Allí residen los otros vecinos de Basauri. El centro
penitenciario abrió sus puertas en 1966, tras seis años de obras, ahora
es uno de los más saturados de España, según los datos que maneja el
sindicato de prisiones Acaip. Apenas existen 89 celdas para todos los
reclusos. Entre el patio, el comedor, los 'chabolos' y los talleres, los
presos, la mayoría atracadores y traficantes, sueñan con un futuro que
se les presenta cada vez más complicado. La marca de haber estado en
prisión y el imposible panorama laboral hacen que la reinserción social
sea «algo similar a un milagro».
Las instituciones tampoco se lo ponen fácil. Los colectivos
sociales que trabajan en la prisión denuncian el recorte en las ayudas.
La asociación Bidesari Pastoral Penitenciaria es una de ellas. Desde
2007 realiza un curso de educación canina para los internos. Pero ha
tenido que suprimir otros, como el de lectura. «Lo dejamos por falta de
subvenciones. No se está apoyando a las entidades que trabajan allí,
algunas incluso han dejado de entrar y nosotros nos lo hemos planteado»,
reconoce Oscar Jiménez, miembro de la agrupación.
El número habitual de internos en Basauri se aproxima a los
350, aunque varía en función del día y del mes, pues se producen
ingresos constantes, traslados y puestas en libertad. La cárcel acoge a
los reclusos que aún no han sido juzgados y están en régimen preventivo,
los reos con condenas cortas o en régimen de semilibertad. Por el
pueblo se ve más a los familiares, a los amigos y a las novias, que
pueden acudir a los locutorios los fines de semana, aunque también se
les permite asistir a encuentros cara a cara tres veces al mes –los 'vis
à vis', familiares o íntimos–, y donde la pareja o los familiares
pueden encontrarse con el recluso en una sala de estar o en una
habitación con cama.
«La vida es muy rutinaria. Hay horarios estrictos. No queda
más que amoldarse y participar en las actividades para que los días se
hagan más cortos», explica un exrecluso. Aunque ni buscarse una
ocupación es, a veces, tarea sencilla dentro del centro penitenciario
basauritarra. «No hay trabajo para todos los reclusos dentro de la
prisión», advierte otro de los presos que abandonó el penal hace algún
tiempo.
Sin planes para la prisión
Pero, ¿está integrada la cárcel en la vida cotidiana de
Basauri? Sus muros cumplen ahora 47 años, y el desarrollo urbanístico de
su entorno la ha aproximado al centro. Los vecinos también están
'condenados' a convivir con la cárcel. La petición de cierre y de
traslado a otro municipio fue una constante desde las primeras
elecciones democráticas. La recuperación de los terrenos donde está
erigido el penal, que pertenecen ahora al Ministerio de Interior, es una
de las pretensiones que han enarbolado en reiteradas ocasiones el PNV y
la izquierda abertzale local en reiteradas ocasiones. Solicitan la
liberación de los suelos situados al final de la calle Lehendakari
Aguirre para poder transformarlos. El actual alcalde, Andoni Busquet
(PNV), sigue reconociendo que «la cárcel dificulta la planificación del
crecimiento de Basauri». Pero una vez inaugurada la nueva prisión de
última generación de Zaballa, en Álava, y con la caída de la recaudación
a mínimos históricos, bastantes proyectos se han paralizado. Más aún
los que afectan a la construcción de nuevos centros penintenciarios.
Todo seguirá igual en Basauri. No hay planes para el solar.
Algo que los políticos y los vecinos de Basauri ya han asumido. Saben
que el equipamiento tendrá difícil encaje en otra localidad. De hecho,
el Gobierno central tanteó durante la pasada legislatura a pueblos
vizcaínos como Mungia, consciente de lo obsoleto de la infraestructura.
«Se mostraron a favor del traslado de la cárcel si algún pueblo lo
aceptaba, pero no hubo suerte», comenta la anterior alcaldesa, Loly de
Juan.
De momento, el municipio vive de espaldas al equipamiento.
Casi ajeno a su existencia, tanto dirigentes políticos como
representantes de colectivos coinciden en que los presos «no generan
ningún problema de convivencia». Cada vez son más los que aceptan su
permanencia en Basauri. Atrás han quedado los años de protesta. «Su
traslado es un tema que planteó en el pasado el movimiento ciudadano,
porque, en una localidad con escasez de suelo, estamos saturados de
servicios supramunicipales», explica Pedro Pérez de Mendiola, presidente
de la asociación de vecinos de Pozokoetxe, un histórico del movimiento
vecinal.
De la misma opinión es el portavoz de los residentes en el
populoso barrio de Ariz, Eugenio Pérez. «Ni la prisión ni los presos
molestan, aunque debería recalificarse el terreno para esparcimiento de
los basauritarras», solicita. Incluso hay quienes consideran que la
prisión beneficia a la localidad. El concejal popular, José María
Agüeros, explica que «no causa ningún perjuicio e incluso es de las más
modélicas y de forma colateral produce beneficio a proveedores de
Basauri», asegura. Al final, la prisión se mantiene como otra 'seña de
identidad' de Basauri. Como lo fueron sus industrias. Aunque las
fábricas también acabaron cerrándose.(FUENTE: EL CORREO).
No hay comentarios:
Publicar un comentario