martes, 10 de septiembre de 2013

Los otros vecinos de Basauri: 384 reclusos sueñan con su libertad en la cárcel.

«Es un pueblo dentro de otro pueblo. El aliento te lo dan las visitas, las cartas y los amigos», explica un exrecluso de la cárcel para preventivos de Basauri, donde conviven 384 almas condenadas a saldar su deuda con la sociedad. Es un universo paralelo, otra realidad limitada por muros, rejas y cerrojos enclavada dentro de una ciudad de 43.000 vecinos que intenta transformarse a base de cerrar heridas urbanísticas. Allí residen los otros vecinos de Basauri. El centro penitenciario abrió sus puertas en 1966, tras seis años de obras, ahora es uno de los más saturados de España, según los datos que maneja el sindicato de prisiones Acaip. Apenas existen 89 celdas para todos los reclusos. Entre el patio, el comedor, los 'chabolos' y los talleres, los presos, la mayoría atracadores y traficantes, sueñan con un futuro que se les presenta cada vez más complicado. La marca de haber estado en prisión y el imposible panorama laboral hacen que la reinserción social sea «algo similar a un milagro». 

Las instituciones tampoco se lo ponen fácil. Los colectivos sociales que trabajan en la prisión denuncian el recorte en las ayudas. La asociación Bidesari Pastoral Penitenciaria es una de ellas. Desde 2007 realiza un curso de educación canina para los internos. Pero ha tenido que suprimir otros, como el de lectura. «Lo dejamos por falta de subvenciones. No se está apoyando a las entidades que trabajan allí, algunas incluso han dejado de entrar y nosotros nos lo hemos planteado», reconoce Oscar Jiménez, miembro de la agrupación.
El número habitual de internos en Basauri se aproxima a los 350, aunque varía en función del día y del mes, pues se producen ingresos constantes, traslados y puestas en libertad. La cárcel acoge a los reclusos que aún no han sido juzgados y están en régimen preventivo, los reos con condenas cortas o en régimen de semilibertad. Por el pueblo se ve más a los familiares, a los amigos y a las novias, que pueden acudir a los locutorios los fines de semana, aunque también se les permite asistir a encuentros cara a cara tres veces al mes –los 'vis à vis', familiares o íntimos–, y donde la pareja o los familiares pueden encontrarse con el recluso en una sala de estar o en una habitación con cama.

«La vida es muy rutinaria. Hay horarios estrictos. No queda más que amoldarse y participar en las actividades para que los días se hagan más cortos», explica un exrecluso. Aunque ni buscarse una ocupación es, a veces, tarea sencilla dentro del centro penitenciario basauritarra. «No hay trabajo para todos los reclusos dentro de la prisión», advierte otro de los presos que abandonó el penal hace algún tiempo. 

Sin planes para la prisión

Pero, ¿está integrada la cárcel en la vida cotidiana de Basauri? Sus muros cumplen ahora 47 años, y el desarrollo urbanístico de su entorno la ha aproximado al centro. Los vecinos también están 'condenados' a convivir con la cárcel. La petición de cierre y de traslado a otro municipio fue una constante desde las primeras elecciones democráticas. La recuperación de los terrenos donde está erigido el penal, que pertenecen ahora al Ministerio de Interior, es una de las pretensiones que han enarbolado en reiteradas ocasiones el PNV y la izquierda abertzale local en reiteradas ocasiones. Solicitan la liberación de los suelos situados al final de la calle Lehendakari Aguirre para poder transformarlos. El actual alcalde, Andoni Busquet (PNV), sigue reconociendo que «la cárcel dificulta la planificación del crecimiento de Basauri». Pero una vez inaugurada la nueva prisión de última generación de Zaballa, en Álava, y con la caída de la recaudación a mínimos históricos, bastantes proyectos se han paralizado. Más aún los que afectan a la construcción de nuevos centros penintenciarios.

Todo seguirá igual en Basauri. No hay planes para el solar. Algo que los políticos y los vecinos de Basauri ya han asumido. Saben que el equipamiento tendrá difícil encaje en otra localidad. De hecho, el Gobierno central tanteó durante la pasada legislatura a pueblos vizcaínos como Mungia, consciente de lo obsoleto de la infraestructura. «Se mostraron a favor del traslado de la cárcel si algún pueblo lo aceptaba, pero no hubo suerte», comenta la anterior alcaldesa, Loly de Juan. 

De momento, el municipio vive de espaldas al equipamiento. Casi ajeno a su existencia, tanto dirigentes políticos como representantes de colectivos coinciden en que los presos «no generan ningún problema de convivencia». Cada vez son más los que aceptan su permanencia en Basauri. Atrás han quedado los años de protesta. «Su traslado es un tema que planteó en el pasado el movimiento ciudadano, porque, en una localidad con escasez de suelo, estamos saturados de servicios supramunicipales», explica Pedro Pérez de Mendiola, presidente de la asociación de vecinos de Pozokoetxe, un histórico del movimiento vecinal. 

De la misma opinión es el portavoz de los residentes en el populoso barrio de Ariz, Eugenio Pérez. «Ni la prisión ni los presos molestan, aunque debería recalificarse el terreno para esparcimiento de los basauritarras», solicita. Incluso hay quienes consideran que la prisión beneficia a la localidad. El concejal popular, José María Agüeros, explica que «no causa ningún perjuicio e incluso es de las más modélicas y de forma colateral produce beneficio a proveedores de Basauri», asegura. Al final, la prisión se mantiene como otra 'seña de identidad' de Basauri. Como lo fueron sus industrias. Aunque las fábricas también acabaron cerrándose.(FUENTE: EL CORREO).

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