«Vino como un loco. Le dije que pagara lo que me debía y
que, si no lo hacía, no aguantaba ni cinco minutos más en el bar. Me
pidió que pasara a su despacho y que firmara la renuncia. Yo le contesté
que no lo haría porque llevaba 11 años cotizando y que eso sería como
irme con una mano delante y otra detrás. Mi familia depende del sueldo
que yo llevo a casa. Así que si quieres, me echas tú», zanjó María José
Madrazo.
Las discusiones entre la camarera del BeerHouse, un
popular establecimiento del barrio bilbaíno de Deusto, y su jefe, Pedro
María Joga, eran habituales desde que este hostelero y su pareja tomaron
el relevo al matrimonio que había explotado anteriormente el local. Al
poco de hacerse cargo, la empleada comenzó a sufrir la «persecución» de
su jefe, al que denunció en reiteradas ocasiones por «acoso psicológico»
al negarse a prolongar su jornada laboral. «Quería echarme del trabajo y
no sabía cómo hacerlo». Tampoco les fue mejor a sus otros dos
compañeros. Todos acabaron en la calle, acuciados por las deudas del
empresario por impago de alquiler. «Tuve que coger la baja por ansiedad a
cuenta del 'mobbing' que me hacía», aclaró María José. Sin embargo,
aquel 4 de septiembre de 2009, la trifulca acabó en una «salvaje
agresión», según lamentaron ayer responsables de Comisiones Obreras.
«Puñetazo fuerte a la barra»
El empresario se «abalanzó» sobre la víctima tras
realizarle ésta un «gesto» con el dedo índice de su mano derecha, «que
tenía apoyada sobre la parte de la barra por donde transitamos los
camareros. Levantó de forma deliberada la parte móvil del mostrador, me
atrapó el dedo y después pegó un puñetazo fuerte sobre la superficie de
la barra para causarme más daño», detalló. «El dedo se me cayó», expresó
con una frialdad que puso la piel de gallina a más de un periodista.
«Se me quedó colgando de un hilo de piel», remarcó con un tono tenue que
reveló la angustia «física y psíquica» que ha padecido durante los
últimos cuatro años por parte de este «maltratador» al que la sección
segunda de la Audiencia Provincial de Bizkaia condenó, el 17 de marzo de
2011, a tres años de prisión y al pago de una indemnización de 7.578
euros.
Los mismos magistrados ratificaron este fallo el pasado
20 de febrero, después de que el Tribunal Supremo rechazara el recurso
de casación que interpuso el condenado al considerarle autor de un
delito de lesiones «con deformidad». La sentencia de la Audiencia
vizcaína le obliga también al pago de las costas procesales, incluidas
las de la acusación particular.
Como consecuencia de la agresión, la trabajadora sufrió
la amputación «casi completa de la falange distal del segundo dedo de su
mano derecha», por lo que requirió una primera asistencia facultativa y
un posterior tratamiento quirúrgico en una clínica especializada en
reimplantes de Santander. El fallo subraya que, además de permanecer
tres meses de baja, padeció un cuadro de ansiedad «reactiva al
acontecimiento traumático».
La declaración de la «médico forense», se felicitó ayer
la camarera, fue determinante para que el tribunal reforzara la
autenticidad de su testimonio y echara por tierra el del hostelero, que
tildó el percance de «un mero accidente». El acusado sostuvo que la
caída de la parte móvil del mostrador -mecanismo causante de la lesión,
según la Audiencia- fue «fortuita». Los magistrados, que citaron el
pasado 6 de marzo al condenado a recoger el mandamiento de ingreso en
prisión, sostienen que las declaraciones de los testigos de Pedro María
Joga no «merecían credibilidad».
En los días previos a recoger el alta, la paciente
consiguió que el director médico de Mutualia le reconociera «un daño
psicológico» y alargara el periodo de baja «un mes y pico más. Les dije
que yo no podía volver a trabajar con mi maltratador, porque era como
enviarme al matadero. Sería la crónica de una muerte anunciada»,
recordó. María José Madrazo explicó que solo cuando el agresor «bajó la
persiana del bar para darse a la fuga», pidió el alta médica «para poder
gestionar los papeles y cobrar el paro. Ya no había peligro de
encontrarme con ese individuo», concluyó. (FUENTE: EL CORREO).
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