Pasaban las tres de la tarde del 22 de julio y Lasha Shushanashvili, alias «el Gordo», el «cajero» de la mafia rusa
y por tanto uno de sus principales capos, estaba especialmente tenso en
una de las salas de vistas del Palacio de Justicia de Tesalónica
(Grecia). Sabía que el comisario de Policía español que llevaba horas
declarando en su juicio, a apenas un metro de él, le estaba buscando la
ruina con sus explicaciones acerca de la investigación que había seguido
contra su red criminal, junto a sus hombres de la Brigada Central de
Crimen Organizado. Es uno de los mejores expertos del mundo en la lucha
contra la mafia rusa y se notaba. Como testigo de excepción, un fiscal
Anticorrupción que acompañó al investigador para apoyarlo y para
cumplimentar en persona la comisión rogatoria de los jueces griegos
acerca de este individuo.
¿Quién ha sido responsable?
De pronto, ocurrió algo que los dos españoles no esperaban.
El capo, nacido en Georgia hace 52 años, se puso de pie y clavando su
mirada en el policía comenzó a interrogarlo: «¿Quién ha sido el
responsable de esta investigación?, ¿usted cree que soy el jefe de esos
perezosos que detuvieron en España?» (en referencia a la «operación
Java» contra la mafia rusa, de marzo de 2010). El ambiente se tensó.
Lasha Shushanashvili, que estaba siendo juzgado allí por pertenencia a
organización criminal, está acusado también en España de ese delito, de tentativa de asesinato, tenencia ilícita de armas y blanqueo,
entre otros. Y ahora lo interpelaba personalmente sin que el tribunal
interviniese, pues la legislación griega permite esa posibilidad. Una
vez más, la experiencia del comisario le permitió salir airoso del
trance, explicando que él había participado en la investigación junto
con muchos compañeros; no se arredró e insistió en que el procesado era
el jefe de la organización entonces desmantelada.
Fue el momento extremo, pero todo lo que había rodeado esa
comparecencia ante el tribunal griego resultó inquietante. Primero,
porque la citación para que testificara el comisario llegó muy pocos
días y, en segundo lugar, porque a pesar de tener que declarar contra un
«vor» (capo) de una de las organizaciones más peligrosas del mundo, la Policía helena no dio protección en el primer momento ni al agente ni al fiscal Anticorrupción.
Ni siquiera fue nadie a recogerlos al aeropuerto, hasta el punto de que
tuvieron que llegar al Palacio de Justicia en taxi. Como anécdota, el
vuelo entre Atenas y Tesalónica lo tuvieron que hacer en compañía con
algún familiar del «Gordo».
Una juez solvente
A las nueve y media de la mañana comenzó la vista oral.
Cuatro agentes griegos con armas largas vigilaban a Lasha Shushanashvili
-mano derecha de Zakhar Kalashov, que cumple condena en España- y a las
otras dos personas, entre ellas una mujer, que se juzgaban junto a él.
Además de con su abogado «titular», el capo contaba con la ayuda de otro
que estaba sentado entre el público, en una bancada que compartía con
familiares y amigos del «Gordo». Ese segundo letrado se levantaba a su antojo para consultar con su compañero sobre cuestiones del juicio.
La primera en preguntar al comisario fue la presidenta de
la Sala, que demostró haberse estudiado a fondo la causa. Una por una,
el jefe policial fue respondiendo a las cuestiones que se le planteaban;
cada vez que tomaba la palabra, Shushanashvili se envaraba, consciente
de que aquello le acercaba por momentos a una condena segura. Desde su
silla, el fiscal Anticorrupción presenciaba la escena, también inquieto porque
el ambiente era cortante y porque sabía que no se podían cometer
errores. Después de la juez, fue el turno del representante del
Ministerio Público heleno.
Tras las intervenciones del resto de letrados, y después de
un receso, llegó el turno del abogado del «cajero» de la mafia rusa. Su
comportamiento fue extremadamente agresivo; llegó a gritar, una vez más
sin que nadie interviniese a pesar de que se trataba de un intento de
coaccionar al testigo del que apenas le separaba un palmo de distancia. Tanto él como sus compañeros hacían especial hincapié en las escuchas telefónicas,
preguntaban de dónde habían salido y dónde estaban los archivos
sonoros. «Quién los trajo?», preguntó desafiante el defensor de Lasha.
«El fiscal español», respondió el policía, pues en efecto ese material
formaba parte de la comisión rogatoria cumplimentada en marzo. «¡Pues
que declare!», solicitó, sin que esta vez la presidenta de la Sala lo
permitiese.
Mensajes desde La Haya
Mientras, el fiscal Anticorrupción recibía sms de su
compañero de Eurojust que había sido el artífice de la comparecencia del
comisario y que se interesaba, no sin preocupación, de cómo transcurría
todo... Era consciente de la situación y de la escasa seguridad.
Pero el juicio continuaba. El abogado de Shushanashvili
exigió al comisario que le dijese una conversación en la que su cliente
diera órdenes concretas de tipo criminal. El policía, agotado, dijo que
había varias, pero pidió un par de minutos para ver las intervenciones
telefónicas. «¡El fiscal (español) es quien le está diciendo que pida ese receso!»,
se quejó en ese momento otro de los defensores. Pero esos documentos
existían, como una grabación del 17 de enero de 2010 en la que el
«Gordo» ordena a su hermano Kakha, ahora encarcelado en España, que unos
capos dieran una paliza a determinado individuo.
El policía relató que su conocimiento de las actividades
criminales del «cajero» de la mafia rusa procedía de las intervenciones
telefónicas, pero también de vigilancias y seguimientos que se hicieron a los miembros de su organización en España y, al intercambio con otros servicios policiales.
A las cuatro y media de la tarde, después de siete horas de
declaración, acabó la sesión. El comisario y el fiscal, esta vez sí,
fueron llevados al aeropuerto en un coche policial escoltado por otro. La satisfacción fue completa días después cuando se conoció que Lasha había sido condenado a 14 años. La aventura había merecido la pena. (FUENTE: ABC).
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