La epopeya del polizón de 16 años que salió con vida después de volar
4.000 kilómetros durante cinco horas y media oculto en el compartimento
del tren de aterrizaje de un Boeing 767 podría ser la evidencia más
palpable de que el ángel de la guarda es algo más que una figura
retórica. Cuando los primeros fragmentos de la historia salieron a la
luz hace quince días, hubo muchos especialistas en medicina que no le
dieron crédito y que dictaminaron que aquello solo podía ser el producto
de una fantasía de adolescente. Es imposible, aseguraron, sobrevivir a
un viaje así porque el hueco donde se aloja el tren de aterrizaje no
está presurizado y mucho menos climatizado, y a 11.000 metros de altura
apenas hay oxígeno y las temperaturas rondan los 50 grados bajo cero.
Cuando las grabaciones de las cámaras de seguridad de los aeropuertos de
San José (California) y Maui (Hawai) -que se han hecho públicas esta
última semana- confirmaron la versión del chaval, hubo que buscar una
explicación a un fenómeno que tenía mucho de milagroso. A falta de la
versión de los médicos que le atendieron después de su peripecia, todo
parece indicar que el polizón entró durante el vuelo en un estado de
inconsciencia que redujo al mínimo sus constantes vitales, un fenómeno
parecido al de los animales que hibernan durante los meses fríos. Un
portavoz del FBI confirmó que el joven se desmayó poco después de que el
avión despegase y que solo se despertó una hora después del aterrizaje.
Al prodigio de sobrevivir sin oxígeno y a temperaturas tan extremas
habría que sumar los de no haber sido aplastado por las enormes ruedas
del aparato ni haber caído al vacío cuando la portilla del tren se abrió
para el aterrizaje.
Todo comenzó en la madrugada del 20 de abril. El chaval, de origen
somalí, se escapó de la casa en la que reside junto a su padre y su
madrastra, situada en los alrededores del aeropuerto de San José, en el
corazón de Silicon Valley. Saltó las vallas de seguridad de la terminal
aérea y burló todas las medidas de vigilancia hasta que se refugió en
los bajos del avión más próximo, un Boeing 767 de la compañía Hawaiian
Airlines. El aparato despegó a las ocho de la mañana, poco después del
amanecer, y viró a poniente sin que sus tripulantes percibiesen ninguna
anomalía. El viaje hasta Hawai tuvo la duración habitual, en torno a las
cinco horas y media, y el aterrizaje se desarrolló también sin
sobresaltos.
Hacía ya más de una hora que la tripulación y los pasajeros habían
abandonado la aeronave cuando el personal de seguridad detectó a un
chaval deambulando entre los aviones estacionados en la terminal con
signos de desorientación. El joven, que se expresaba en un correcto
inglés, les preguntó a ver dónde estaba y les contó una historia a la
que no dieron mucha credibilidad. Pensaron que podía tratarse de un
ladronzuelo o incluso de algún chaval que había vivido una noche
demasiado agitada, pero la repetición continuada de la misma versión y
la precisión de los detalles que la adornaban llevaron a los agentes a
realizar varias comprobaciones.
Cuando desde el aeropuerto de San José les confirmaron que una de sus
cámaras de seguridad había recogido las imágenes de un adolescente
saltando sus vallas de madrugada comprobaron que lo que decía el chaval
tenía más visos de verosimilitud de lo que habían sospechado. Otra
grabación de sus propias cámaras que mostraba al joven cerca del tren de
aterrizaje del avión de Hawaiian Airlines despejó las últimas dudas:
por muy increíble que pudiese parecer, la versión que había sostenido
desde el principio el chaval era cierta. El adolescente fue trasladado a
un hospital y puesto bajo la custodia del departamento de menores
mientras se notificaba lo ocurrido a su familia.
Según lo que ha trascendido, el chaval ignoraba por completo el
destino del avión en el que buscó refugio. Al parecer, su comportamiento
podría tener que ver con una traumática separación de sus padres –su
madre estaría en un campo de refugiados de Etiopía– aunque esa
explicación tiene muchos espacios en blanco.(FUENTE: EL CORREO).
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