Unos
500 bolígrafos Micron y 2.400 papeles de acuarela son los materiales
que ha utilizado el estadounidense Phillip Patterson, de 63 años, para
copiar la Biblia ¡a mano! Con una caligrafía limpia y clara, este
diseñador de interiores jubilado de Philmont (estado de Nueva York) ha
escrito las 788.000 palabras de la traducción anglosajona de esta
sagrada escritura, la Biblia de King James, datada en 1611. Una tarea
que le ha mantenido ocupado durante cuatro años y que se ha alargado más
de lo previsto por sus problemas de salud, a causa del sida y la anemia
que padece.
Frente a la ventana de su habitación, Patterson instaló un
escritorio donde pasaba entre seis y ocho horas diarias, aunque también
hubo jornadas de dieciocho. «Suelo trabajar hasta que ya no puedo
permanecer despierto. Me voy a la cama, cierro los ojos y me siento
increíblemente sereno», explica a la agencia Associated Press. En 2007,
decidió convertirse en copista «para aprender cosas sobre este libro
sagrado, no como una búsqueda espiritual», revelaba este hombre que
nunca se ha considerado «particularmente religioso». Pero ha aprendido a
ser más paciente, confiado y cariñoso con esta labor.
«Escribir la Biblia a mano es una forma de preservar un
documento que no acepta mi estilo de vida. Tengo sida. A lo largo de mi
vida tuve novios y novias alternativamente», ha comentado a la cadena
británica BBC. Y fue un amigo quien le animó a empezar la hazaña. «Al
día siguiente me puse a investigar plumas, lápices y papel y nunca miré
hacia atrás», dijo.
Dos años tardó en copiar los libros del Pentateuco y
establecer su 'modus operandi'. Con regla y lápiz trazaba las líneas
sobre las que debía escribir y que más tarde borraba. Después, con la
mano derecha escribía cuidadosamente mientras se guiaba con la izquierda
por la Biblia. «No había contado con el hecho de que iba a llegar a ser
hermoso», dijo Patterson, cuyo texto favorito es el Libro de Ruth, un
relato anónimo sobre la lealtad familiar.
Ante una parroquia de 125 fieles expectantes, hace dos
semanas, escribió los últimos versos del Apocalipsis en la Iglesia
presbiteriana de San Pedro, en el neoyorquino pueblo de
Spencertown. Y
con un «Amén» rezado a coro entre todos los presentes se dio por
concluida esta ceremonia en la que Patterson donaba sus volúmenes.
«Realmente voy a extrañar la escritura», comentó nada más darse cuenta
de que su cometido había finalizado. «Mis dedos están bien, sin callos»,
mostraba orgulloso. Ahora, esta Biblia espera pacientemente el último
mandato del amanuense: que sea encuadernada. (FUENTE: EL CORREO).
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