martes, 14 de febrero de 2012

Siete de cada cien adolescentes vascos reconocen haber pegado a sus padres.

Las agresiones de los hijos a los padres ganan terreno dentro de la dramática estadística de la violencia en el seno de las familias. Un 7,2% de adolescentes vascos de entre 14 y 18 años reconoce haber pegado, al menos en una ocasión, a su madre o a su padre y el 2,5% confiesa haber cometido entre 3 y 5 agresiones físicas contra alguno de sus progenitores en el último año. Son los resultados de un estudio realizado por un equipo de la Universidad de Deusto, que dibuja el perfil de estos chavales y los motivos de su actitud: han sido educados en un ambiente muy permisivo o son víctimas y testigos de otros tipos de maltrato en su hogar.
Los ataques verbales son, tristemente, muy frecuentes. Casi siete de cada diez chicos y chicas admiten haber insultado o amenazado a sus padres. Las agresiones verbales son más habituales contra las madres. Sin embargo, entre los ataques físicos no hay apenas diferencias: los hijos pegan -bofetadas, puñetazos o golpes con objetos contundentes- en la misma proporción a ambos progenitores, señala el informe. Las jóvenes protagonizan más casos de ataques verbales, y entre los muchachos hay un número mayor de sucesos de violencia física.
El estudio dirigido por la profesora Esther Calvete -que acaba de recibir el premio de Investigación UD-Banco de Santander-, trata de responder a una pregunta: ¿qué lleva a los menores a pegar a sus padres? «El objetivo es poder buscar estrategias de prevención y fijar los factores de riesgo», señala esta experta en psicología.
En la investigación participaron casi 1.500 adolescentes de entre 14 y 18 años de colegios vascos, que ofrecieron testimonios personales. Los datos fueron completados con los de menores acogidos en programas especializados en violencia paterno-filial de la Diputación de Bizkaia. Los técnicos que colaboraron en el proyecto se entrevistaron también con parejas afectadas y que recibían tratamiento en la asociación Euskarri de terapia familiar.
El trabajo confirma lo que ya apuntan las denuncias recogidas por la Fiscalía vasca en los últimos años: «el incremento de las agresiones de hijos a padres», apunta la docente. Sin embargo, su investigación se centra en detectar las causas que llevan a un menor a ejercer la violencia contra sus padres.
El equipo de Esther Calvete describe dos tipos de familias en las que se crían estos pequeños maltratadores. «En esos hogares el conflicto entre los padres es habitual. El menor puede haber sido maltratado directamente por sus progenitores o haber sido testigo de la violencia ejercida contra su madre. Cuando llegan a la adolescencia ese niño imita esa conducta y la dirige contra sus padres», destaca.
Familias muy permisivas
Pero lo que más ha crecido en los últimos años son las agresiones protagonizadas por adolescentes que han sido criados en un ambiente de permisividad. «Los padres no saben poner límites a la conducta de sus hijos. Los chavales han aprendido a conseguir todo lo que quieren y no tienen tolerancia a las frustraciones habituales de la vida», destaca el estudio. Algunas de las madres relataban que cuando llegaban cansadas a casa no tenían fuerzas para discutir con sus hijos y era más sencillo darles todo lo que pedían. Coincidían en la ausencia de la figura paterna en la labor de educación.
En algún momento de su adolescencia, estos chavales 'de riesgo' comienzan a relacionarse con otros menores con problemas de alcohol y drogas e, incluso, que ya han cometido delitos. Y el desastre se completa. El estudio ha revelado que no hay diferencias entre familias de diferentes niveles socioeconómicos ni tampoco hay relación con los estudios de los padres.
El equipo de la Universidad de Deusto realiza en la actualidad un trabajo con 2.000 escolares de 14 años, en un proyecto subvencionado por el Gobierno vasco y la Diputación de Bizkaia. Los expertos harán un seguimiento de los adolescentes durante cuatro años para tratar de detectar en qué momento y a partir de qué circunstancias comienzan a surgir sus conductas violentas y poder así elaborar estrategias preventivas. (FUENTE: EL CORREO).

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