viernes, 10 de febrero de 2012

Policía Municipal apaleado: "El chaleco nos protegió de los golpes".

Uno de los agentes apaleados en Rekalde relata que los agresores les dieron «patadas, puñetazos y pisotones

Llevo tres semanas con ibuprofeno». Los dos policías municipales de Bilbao apaleados el pasado 12 de enero en Rekalde siguen de baja. Uno de ellos, el más grave, ha comenzado a hacer rehabilitación; el otro espera a que la mutua le dé cita con el fisioterapeuta. De los golpes, sufrió «micro-roturas musculares que se han convertido en contracturas. No me puedo mover». En una conversación telefónica con este periódico, este segundo agente, que prefiere preservar su identidad para no preocupar a su familia, relata cómo los agresores -cinco, según él- reaccionaron de forma «imprevisible». «Mi compañero les avisó para no tenerles que denunciar», explica, pero «nos dieron una paliza de las de toda la vida, con patadas, puñetazos y pisotones».

Los dos policías, ambos de 29 años, forman pareja profesional desde hace seis años. Hasta hicieron juntos las prácticas. No era su primera «mala experiencia». «Ha habido unas cuantas, pero ninguna con tanta repercusión». Como patrulleros han sufrido intentos de agresión con arma blanca, atropellos... «También me han agujereado el guante con un destornillador», rememora. «Me preocupa que se ponga de moda pegar al policía porque sale barato». El ataque en Rekalde les pilló por sorpresa. «Se supone que tienes que estar siempre alerta, pero quién se esperaba que un jueves a las nueve de la mañana alguien reaccionase así. No la pudimos repeler». Tampoco fueron conscientes de «la magnitud hasta que nos vimos magullados; mi compañero no sabía que le habían pegado entre tres hasta que se lo dije yo, él creía que era sólo uno».
La patrulla tenía como misión esa mañana «librar las zonas de carga y descarga» en Rekalde. En el cruce de la calle Anboto con Esperanto vieron un 'Volkswagen Golf' estacionado en una de ellas con su conductor en el interior. Se pusieron a su altura. Él conducía. Su compañero, que iba de copiloto, bajó la ventanilla e indicó al infractor que «si no estaba descargando, retirara el vehículo. El trato fue super correcto». Justo en ese punto hay un supermercado y una furgoneta de reparto tenía las puertas abiertas. El transportista, al ver el aparcamiento ocupado, «nos echó una mirada...», recuerda. El conductor del 'Golf' «puso cara desafiante y contestó de mala manera», pero quitó el coche. Los policías fueron a una calle próxima a denunciar a otro vehículo mal estacionado. Después, tuvieron que regresar por la misma calle Anboto, de dirección obligatoria. Esta vez, el 'Golf' estaba aparcado enfrente, ocupando un carril de circulación. Mientras él fue a buscar un lugar donde el coche-patrulla no molestara, su compañero se apeó y se dirigió de nuevo al automovilista, de 27 años, que estaba acompañado por otras cuatro personas, algunos de ellos hermanos suyos. «Le dijo que o quitaba el coche o le denunciaba, ya con otro tono, pero sólo avisando, y entonces empezó a pegarle puños. Mi compañero se quedó medio grogui». El agente no llegó a caer al suelo, y «automáticamente otros dos empezaron a darle puñetazos muy fuertes mientras él se agachaba para intentar evitarlos». Salió en su defensa. «Fui a por el que tenía más cerca e intenté separarle, pero uno me agarró y me dio un puño en la boca que me rompió el labio, escupía sangre. Caí y me pisaron en el hombro, esa ha sido mi peor lesión». En varias ocasiones intentó avisar por emisora de lo que estaba ocurriendo, pero no podía. A duras penas logró pedir «¡apoyo!» y pronunciar el nombre de la calle en la que estaban.
Derribado en el suelo, el agente veía cómo a su compañero seguían apaleándole. Le habían arrebatado la porra y uno de ellos gritaba «¡quítasela, quítasela!», mientras otro intentaba sacar de la funda el arma reglamentaria del policía. «Esa escena se me ha quedado grabada. Saqué mi porra y empecé a dar golpes en un acto desesperado para que no le quitaran el arma; igual no tenían intención de hacer nada, pero nunca se sabe». En ese momento, el agente temía por su integridad física y la de su compañero y también porque estaban en un lugar público, donde cualquiera podía ser alcanzado.
 
«La adrenalina lo cura todo»
Se produjo entonces un punto de inflexión. «Pensaba los pasos que tenía que dar para sacar el arma, no la tengo alimentada (preparada para disparar) ni tampoco mi compañero. Aunque tardas más en reaccionar, es una decisión personal». El otro guardia logró quitarse de encima a uno, desenfundó la 'Sig Sauer' y «apuntó al suelo». Sirvió para que los individuos desistieran. Los policías redujeron a dos agresores y los introdujeron en un taller, algo que después han valorado como un «error, porque podían haber cogido cualquier herramienta y usarla como arma».
Entonces, apareció su ángel de la guarda. «Un escolta privado nos dijo que si necesitábamos ayuda y le contesté: '¡por favor!'». Una vigilante de la OTA que dio la voz de alarma y un cabo de la Policía Municipal, que fue el primero en llegar, también colaboraron para que la agresión no terminara de la peor manera. «Si no es por los chalecos antibala que los dos llevábamos, nos hubiesen roto las costillas. Nos protegieron de los golpes».
Él salió en busca del tercer implicado y un cuarto se presentó al día siguiente en el juzgado. Pese a la brutal agresión, «la adrenalina te cura todo». Los dos agentes se montaron en el coche patrulla y trasladaron a uno de los detenidos, el conductor infractor, a la comisaría de Garellano. «Si puedo conducir, puedo llevar a alguien atrás», pensó.
Visto desde la distancia, «no fuimos conscientes, en una intervención así de tensa se forma el efecto túnel, te aíslas de todo y sólo te centras en lo más peligroso para ti». Al verse las magulladuras, se fueron a la mutua. Después, los dos agentes se han sentido «arropados». El alcalde, Iñaki Azkuna, les recibió en su despacho y asociaciones de vecinos les han mandado cartas de apoyo. No obstante, asume como policía que «esto nos puede ocurrir, por algo llevamos un arma» y tiene «ganas de volver a trabajar; para quitármelo de la cabeza. Lo peor no son los golpes, sino el coco». (FUENTE: EL CORREO).

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