"Tengo
el placer de enviarles el tradicional cadáver anual de Borremose". Esta
frase, que fuera de contexto resulta bastante inquietante, formaba
parte de una carta de cortesía escrita por Vestargaard Nielsen, ilustre
director del Museo de Vesthimherland (Dinamarca). Firmada el 23 de julio
de 1948, la misiva completaba el envío al Museo Nacional de Copenhague
del cuerpo momificado naturalmente de una mujer de la Edad del Hierro
encontrado en la turbera de Borremose, un lugar en el que, como se
deduce del texto, este tipo de hallazgos se daban con cierta frecuencia.
"Durante
siglos se ha extraído turba de los tremedales daneses como combustible
para los hogares, para proteger del frío invernal y preparar la comida.
Y, durante todo ese tiempo, personas bien conservadas y de color oscuro
han aparecido inesperadamente entre las capas de la turba, para
sorpresa, susto o asombro de los excavadores", escribe el arqueólogo
danés Peter Vilhelm Glob (1911-1985) en 'La gente de la ciénaga', su
estudio fundamental consagrado a estos cadáveres, publicado en 1965 y
editado por primera vez en castellano en 2012 (ed. Marbot), en una
versión que incluye datos actualizados de los hallazgos. En el abultado
currículo de Glob, que fue director del Museo Nacional danés así como
director general de Museos y Antigüedades del país, destacaban los
estudios de dos de los más 'famosos' de estos cuerpos, el Hombre de
Tollund y el Hombre de Grauballe, que le convirtieron en la autoridad de
referencia en la cuestión de 'las momias de los pantanos', decenas de
cuerpos que durante la Edad del Hierro (aunque los hay anteriores y
posteriores) fueron depositados en las ciénagas del norte de Europa y se
conservaron gracias a las peculiares propiedades químicas de la turba.
Los
de estas momias naturales no eran enterramientos comunes, y de hecho
diferían de los ritos funerarios 'normales' de su época. Estos hombres y
mujeres fueron sacrificados o ejecutados antes de ser depositados en
las ciénagas. ¿Por qué? Glop consagró buena parte de su carrera a
intentar responder a esta pregunta. Sus respuestas todavía son objeto de
debate.
"P.V.
Glob fue uno de los primeros arqueólogos daneses en acudir al escenario
cuando fue descubierto el Hombre de Tollund, esta experiencia le afectó
profundamente", explica Heather Pringle en 'El enigma de las momias'
(ed. Grijalbo). El cadáver de Tollund fue hallado el 6 de mayo de 1950
por dos cortadores de turba. Estaba en tan buen estado que los
descubridores avisaron a la policía local de Silkeborg porque temieron
que se tratara de la víctima de un crimen reciente. Como la aparición de
cuerpos prehistóricos en las ciénagas era un fenómeno relativamente
frecuente, también se dio aviso al museo local, desde donde a su vez
llamaron a Glob, que estaba dando clase en la Universidad de Arhus.
Todo
sucedió muy rápido y en unas horas el arqueólogo estaba examinando el
muerto 'in situ'. Esto era novedoso, porque lo normal hasta entonces era
que estos cuerpos fueran pasando de unos a otros, con el consiguiente
deterioro, hasta que alguien decidía llevarlos al museo más cercano o
sepultarlos de nuevo. Glob decidió llevarse el muerto sin desenterrarlo,
envuelto en la turba cortada en un gran bloque encerrado a su vez en un
cajón. Todo ello pesaba una tonelada. Trasladarlo al museo no fue fácil
y uno de los operarios falleció de un infarto causado por el esfuerzo.
Esta muerte afectó mucho a Glob, Que "vio en ello algún tipo de justicia
poética", según Pringle. "La turbera -escribe el arqueólogo danés en
'La gente de la ciénaga'- exigía vida por vida, un nuevo ser humano a
cambio del hombre de la Antigüedad".
Una muerte violenta
El
Hombre de Tollund estaba desnudo. Solo llevaba un gorro de cuero y un
cinturón. En palabras de Glob, "yacía como si durmiera sobre el húmedo
lecho, con la cabeza echada un poco hacia delante, los brazos y las
piernas doblados, descansando sobre un costado. El rostro tenía una
expresión dulce: ojos entrecerrados, labios suavemente unidos como en
una silenciosa plegaria". Pero el final de este hombre no había tenido
nada de dulce: lo asfixiaron con una cuerda que todavía conservaba
enlazada alrededor del cuello. Lo que distingue al Hombre de Tollund de
sus iguales descubiertos antes es que fue el primero en ser objeto de un
estudio científico en toda regla y de una autopsia. Su estado de
conservación era excepcional. Llevaba el pelo corto (4-5 centímetros) y
se había -o lo habían- afeitado. Se conservaban las marcas de la soga en
el cuello. "Aunque las vértebras cervicales no parecían dañadas, los
forenses y los médicos que participaron en la investigación compartían
la opinión de que no había sido estrangulado, sino colgado", detalla
Glob. Los órganos internos estaban bien conservados, así como los
canales digestivos, "extraídos por el Dr. Hans Helbaek a fin de
determinar cuál fue la última comida del muerto". El resultado de este
estudio fue algo desconcertante. Horas antes de ser asesinado, el Hombre
de Tollund había comido una especie de papilla o puré compuesto de
"plantas muy desmenuzadas y trozos de frutas y semillas", entre ellos
"cebada, linaza, camelina y acederilla, combinadas con muchas malas
hierbas que debían crecer en los campos cultivados".
Dos
años después, el 26 de abril de 1952, una cuadrilla dedicada a la
extracción de la turba encontró otro de estos cadáveres en buen estado
en Grauballe, unos veinte kilómetros al este de Tollund. "Se podía ver
de inmediato que estaba tumbado en una fosa excavada en una capa de
turba muy antigua". Estaba desnudo y, como el de Tollund, este hombre
también había tenido una muerte violenta: "En la garganta se veía un
largo corte que iba de oreja a oreja, tan profundo que el esófago estaba
completamente seccionado. Esta herida fue realizada probablemente por
otra persona, mediante varios cortes; la dirección y el aspecto del tajo
hacen imposible que pueda tratarse de un suicidio o que se produjera
después de la muerte". La desnudez del cuerpo era un problema para los
arqueólogos: el cadáver no estaba acompañado por ningún objeto que
facilitara su datación.
El
estado de conservación del cadáver de Grauballe era excepcional, hasta
el punto de que todavía tenía los globos oculares y se le pudieron tomar
las huellas dactilares de pies y manos. De haberse tratado de un
difunto contemporáneo, habría sido identificado sin ningún problema por
la Policía. El color del pelo, de unos 15 centímetros de longitud, era
castaño rojizo, aunque es probable que hubiera sido alterado por la
turbera. Se había -o le habían- cortado las uñas de pies y manos.
La última comida
El
estudio del aparato digestivo también determinó que había ingerido una
última comida vegetariana, aunque sus dientes y huesos indicaban que esa
no había sido su dieta habitual. La 'papilla' estaba hecha de una
mezcla de semillas más elaborada incluso a la del Hombre de Tollund, un
total de 66 especies distintas. Eso sí, entre ellas no había "rastro de
frutos de verano o de otoño". Esta característica es común en las
'últimas comidas' conservadas en estos cadáveres. Por ello hay motivo
para suponer que se les mataba "durante el invierno o a principios de
primavera, antes de que todo se volviese verde" y que probablemente
tenían algún sentido ritual.
Además
de las polémicas científicas, el Hombre de Grauballe también dio lugar a
una controversia mediática bastante chusca y cuya principal víctima,
además del muerto en cuestión, fue el propio Glob. El cadáver conservaba
tan bien sus rasgos que aparecieron personas que afirmaron que era
reciente y sabían de quién se trataba. Una anciana de la comarca aseguró
a la prensa que el muerto era Kristian 'el pelirrojo', un trabajador de
la turbera y cliente asiduo de la taberna del pueblo de Svostrup, de la
que había salido años atrás con una curda memorable y del que nunca más
se supo. Aparecieron otros señores muy mayores que apoyaron la teoría
de que la momia era Kristian, "que en plena borrachera debió de hundirse
en la ciénaga, ahogarse y desaparecer 70 años atrás", recuerda Glob sin
ocultar su perplejidad.
La
prensa empezó a publicar reconstrucciones detalladísimas de las últimas
andanzas del borrachín Kristian, mientras los científicos aseguraban
que la momia era antigua de veras. Los periódicos acabaron publicando
poemas satíricos que incluían versos hirientes como "Hasta Glob algún
día se habrá enterado / de que en las turberas hay gato encerrado".
Afortunadamente el radiocarbono acudió en ayuda del desconcertadísimo
arqueólogo, que pudo leer al fin titulares como "Kristian 'el
pelirrojo', destruido por los átomos. Los isótopos radiactivos han
confirmado que el hombre de Grauballe tiene 1.650 años". El radiocarbono
acabaría situando al Hombre de Grauballe mucho más atrás en el tiempo,
en algún momento en torno a 300 aC (y al de Tollund en torno a 400 aC).
El
Hombre de Grauballe era antiguo. Tanto como el de Tollund y como los
otros muchos que aparecían en las turberas de Dinamarca desde hacía
siglos. Los primeros descubrimientos documentados en dicho país (hay
casos anteriores en Irlanda y Alemania) se dan en la segunda mitad del
siglo XVIII. Un hallazgo realizado en un "tremedal de la isla de Fionia
hace 200 años fue objeto de una nota publicada en un periódico local de
Odense el viernes 18 de junio de 1773, enviada por Hans Christian Fogh,
juez de primera instancia del partido judicial de Ravnholt", detalla
Glob. La noticia tenía como fin "obtener si era posible alguna
información sobre un cadáver de la turbera". El juez observaba,
comparando con otros cuerpos encontrados, que aquel cuerpo "debe de
llevar allí muchos años". En 1797 apareció otro en la turbera de Undelev
y los eruditos discutieron si se trataba de "un tártaro o un gitano, o
incluso un antiguo cimbrio".
Enterrados y desenterrados
Normalmente
estos cadáveres eran sepultados de nuevo en el cementerio del pueblo
más cercano. Así que, cuando los estudiosos empezaron a interesarse por
el asunto en el siglo XIX, algunos fueron exhumados para su estudio. Es
el caso del cuerpo de una mujer hallado en 1843 cerca de Corselitze y
que, según Glob, "destaca por ser el único de los hallazgos de las
turberas que incluía joyas, un alfiler de bronce y siete perlas de
vidrio", objetos que permitieron datar el cadáver hacia 300 de nuestra
Era. El príncipe heredero del trono danés, Federico (Federico VII tras
su coronación en 1848), gran aficionado a las antigüedades y entusiasta
excavador de túmulos, se encargó de exhumarlo y de enviar los restos al
Museo Nacional.
En
el momento en el que Glob escribió su libro (comienzos de los años 60
del siglo pasado) en Dinamarca se habían encontrado 166 cuerpos de las
turberas. "La mayoría de los que pueden datarse se sitúan en el periodo
entre los años 100 aC y 500", especifica el arqueólogo, pero muchos de
los que menciona han sido datados de nuevo en los últimos años con
métodos más precisos, por lo que el arco cronológico se ha abierto por
el extremo más antiguo y abarca de 400 aC a 500. Es la Edad del Hierro,
que en Dinamarca se dividía convencionalmente en dos fases: la temprana o
céltica y la romana, situándose la transición en torno al cambio de
Era.
Durante
todo ese tiempo, muchos hombres y mujeres, adultos y jóvenes, incluso
niños, fueron depositados o arrojados a las ciénagas. Salvo alguna
excepción notable, los ajuares son mínimos: un gorro, un cinturón, una
esclavina de cuero... Todos tienen algo en común: fueron víctimas de una
muerte violenta y los depositaron en estos tremedales de forma muy
diferente a los ritos funerarios normales de sus contemporáneos:
incineración, con los restos enterrados en una urna o envueltos en una
tela, en la Edad del Hierro temprana; inhumaciones en tumbas con ajuares
completos en la romana. Algunos de los cuerpos de las turberas estaban
fijados al suelo con estacas en forma de gancho. Inmovilizados, lo que
no deja de ser asombroso tratándose de cadáveres. ¿Por qué fueron
depositados así?
Se
han barajado tres explicaciones básicas. Una, basada en el folclore
histórico, sugiere que eran muertos considerados 'malos' o 'malditos'
que debían ser apartados del resto e inmovilizados para impedir su
regreso de ultratumba. La segunda, basada sobre todo en la 'Germania'
del historiador y político romano Cornelio Tácito (h. 55-117), apunta
que se trataba de criminales o proscritos ejecutados. “Las penas se dan
conforme a los delitos. A los traidores y a los que se pasan al enemigo
ahorcan de un árbol, y a los cobardes e inútiles para la guerra y a los
infames que usan mal de su cuerpo ahogan en una laguna cenagosa,
echándoles encima un zarzo de mimbres”, escribió Tácito, un autor que se
basó en relatos orales y fuentes secundarias para describir las
costumbres de los pueblos al este y al norte del Rin. La tercera
explicación, también apoyada en los escritos de Tácito, es la que
defiende Glob: los cadáveres de los pantanos fueron víctimas de
sacrificios rituales propiciatorios.
Ofrendas de los pantanos
"Resulta
patente que la deposición de estos cuerpos no guarda relación alguna
con las costumbres funerarias normales, sino que en muchos de sus rasgos
coincide con otros hallazgos de ofrendas realizadas en turberas",
afirma el arqueólogo. "En las turberas también encontramos ropas y
trenzas de mujer, carros y arados, objetos todos ellos depositados por
campesinos o nobles según su calidad. Más importantes aún para la
comprensión de la gente de las turberas son las imágenes de los dioses
de la época", que aparecen también en estas ciénagas.
Tácito
dice que "en una época fija se reúnen a través de embajadas las tribus
de igual denominación y de la misma sangre en una selva consagrada por
los augurios de los antepasados y por un miedo arraigado, e, inmolando
oficialmente a un hombre, celebran los horribles preámbulos de su
bárbaro rito". Para Glob, esta cita lleva a pensar sobre todo "en el
Hombre de Grauballe, que yacía degollado, señal de un sacrificio
realizado para que la sangre de la víctima manara hacia la divinidad a
la que se quería honrar".
Por
supuesto, se ignora con qué criterios se escogía a la víctima, aunque
Glob sugiere que en varios casos se puede demostrar que eran elegidos
entre personas de cierta relevancia social: las cuidadas manos del
Hombre de Grauballe indican que no había trabajado con ellas. Es
llamativo en una sociedad compuesta fundamentalmente por agricultores y
pescadores que vivían en aldeas rodeadas por empalizadas (como la de
Borremose, junto a la turbera en la que apareció el "tradicional cadáver
anual" de Nielsen), a veces auténticas fortificaciones, pero en la que
existía una clase noble guerrera que ha dejado magníficos enterramientos
con ricos ajuares. (FUENTE: EL CORREO).