Asesinatos, pequeños hurtos, o incluso inquietar a una mujer casada.
Son cientos los delitos que podían hacer que una persona con una vida
normal acabara remando durante años en los buques españoles como
castigo. Sin embargo, y a pesar de su variedad, la mayoría de estas
penas han visto la luz gracias a que han quedado recogidas en los 25 «Libros de Galeras» que el Museo Naval de Madrid guarda y restaura desde hace varios meses.
«En estos libros era donde se registraban la dotación y el
personal de una galera, que iba desde los oficiales hasta los esclavos»,
afirma en declaraciones exclusivas para ABC Carmen Terés Navarro, directora técnica de los archivos de la Armada, mientras posa su mirada sobre la cubierta de uno de los tomos.
Las viejas hojas de papel que muestra la experta abren un
mundo desconocido de biografías de la época. «En estos libros quedaban
registrados los nombres tanto de la “gente de mar” –la tripulación-,
como de la “gente de guerra” -la guarnición militar del buque-. Por otro
lado, también se apuntaba a la “gente de remo”, que estaba formada a su
vez por los “forzados” –presos sentenciados a penas de galeras por un
tribunal-, y los “esclavos”, que nunca serían liberados», añade Terés.
Ficha de prisioneros
No obstante, de los 25 libros que tiene en su posesión el
Museo Naval, 18 guardan exclusivamente datos de los presos forzados, a
los que más atención se prestaba. Y es que, mientras que de los soldados
sólo se apuntaban datos como el destino o el rango, de los prisioneros
era necesario hacer una carta de presentación con todos sus datos para
así poder reconocerles durante la condena.
«Lo que se apuntaba en estos libros era como una especie de
D.N.I. Cómo no había forma de determinar quién era cada uno, pues no
disponían de fotografías, se escribía en los libros de galeras su lugar
de procedencia, de donde eran sus padres, el delito que había cometido, y
sus rasgos físicos más reconocibles. Además, al margen se ponía la
condena que tenían, los años que debía permanecer en galeras y, al
final, si era liberado», determina la experta.
El trabajo de los escribanos de la galera era muy
concienzudo, como muestra el extracto de uno de los tomos. Así, en el
centro de la hoja se puede leer: «Sebastián Martin, natural de
Antequera, algunas señales de heridas en la cabeza, ojos hundidos,
sumido de carrillos, de 36 años. Fue condenado por el licenciado Don
Alonso Velázquez Maldonado, alcalde mayor de la ciudad de Jerez, en seis
años de galeras al remo y sin sueldo, y no los quebrante pena de
cumplirlos doblados, por andar inquietando a una mujer casada haciéndole
muchas molestias y haberla arrojado una noche por la ventana y haberse
resistido a la justicia… Fue recibido en nueve de marzo de mil y
seiscientos y sesenta y un años».
«Los libros que tenemos abarcan del año 1624 hasta 1748.
Realmente este tipo de registros ya se usaban antes, pero sólo han
quedado estos en España, los cuales vienen del archivo de Cartagena»,
determina Terés. Estas joyas de la Historia, según explica, pertenecen a
la Escuadra de Galeras de España,
una de las existentes en el imperio ibérico. «En la época de Carlos V
se reestructuraron las escuadras de galeras en 4: una con base en
España, otra en Nápoles, Sicilia y Génova», afirma la experta.
El mal menor
Sin embargo, y en contra de lo que puede dar a entender la
gran pantalla, la condena a remos en galeras solía ser una alternativa
que se daba al preso. «Era una pena durísima, pero como conmutaba una
pena de muerte o una pena corporal -es decir, la amputación de algún
miembro por haber cometido un delito-, era el mal menor», explica la
directora técnica de los archivos de la Armada.
Y es que, aunque las galeras eran consideradas como la
principal arma naval del Mediterráneo, también hacían las veces de
pequeñas cárceles a las que la justicia enviaba a cientos de prisioneros
a cumplir condena. De esta forma, se lograba una doble función: limpiar
las superpobladas prisiones y conseguir mano de obra gratuita que
propulsara este tipo de buque, accionado casi exclusivamente a remo.
A pesar de todo, la pena no era ni mucho menos apetecible,
pues, al gran esfuerzo físico, se le unían las malas condiciones
higiénicas de la galera. «Estaban encadenados a los remos, con lo cual
hacían toda su vida en el banco, desde dormir hasta hacer sus
necesidades y comer. Siempre se ha dicho que se sabía que venía una
galera por el hedor que desprendía. De hecho, los soldados de la galera
solían llevar pañuelos mojados en perfumes en la cara para poder
soportar el olor», añade Terés.
A su vez, tampoco era mucho mejor la comida de los
prisioneros y esclavos. Concretamente, la «delicatessen» de la que
disfrutaban todos los cautivos y forzados era el llamado «bizcocho»: un
pan medio fermentado al que era de obligación agregar agua para que
fuera comestible. Una vez al día, además, recibían una ración de
legumbres cocidas en un poco de aceite.
Además de todos estos pesares, los remeros tenían un alto
riesgo de fallecer en combate. «Al ir encadenados, si el barco se iba a
pique, se hundía con los remeros. Nadie solía acudir a salvarles»,
explica la experta. Tampoco mejoraban las cosas para los forzados si la
guarnición del buque era derrotada en combate, pues usualmente eran
hechos esclavos por el enemigo. (FUENTE: ABC).
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