«Más de una vez me he preguntado cómo una mujer con tanta
personalidad como yo pudo caer rendida ante un chico como Rafi Escobedo.
Quizá la respuesta se halle en que me encanta ser mamá de todo el
mundo. Rafi era como un niño: atractivo, encantador, simpático... De
modo que con Rafi adopté ese mismo papel de salvadora. Yo pretendía
transformarle, pero se trataba de una tarea imposible». Myriam de la
Sierra Urquijo (Madrid, 1956), la hija de los marqueses asesinados en
sus camas el 1 de agosto de 1980 por su exmarido Rafi Escobedo «solo o
en compañía de otros», rememora aquellos días, 33 años después del doble
crimen, en unas memorias que ha titulado '¿Por qué me pasó a mí?'
Como una espada movida en el aire, la frase «solo o en
compañía de otros» ha perseguido a Myriam todo este tiempo. «Durante el
interrogatorio no solo contó como él y sus cómplices habían asesinado a
mis padres, sino que dio detalles que ni siquiera la Policía había
comprobado. No sé si fue él quien disparó, pero no había ninguna duda de
que él estuvo allí. Nunca dijo quién le acompañó, pero estaba claro que
no había ido solo. Viví aquello como una pesadilla. Recuerdo un dolor
enorme. Estuve tres días sin parar de temblar», relata Myriam. «Cuando
confesó siempre hablaba en plural».
Esa evidencia de que Rafi no actuó en solitario ha movido
al periodista Mariano Sánchez Soler, experto en un suceso que cubrió
desde el primer día, a fabular sobre el crimen. En 'El asesinato de los
marqueses de Urbina' mezcla la cruda realidad del sumario, las
investigaciones policiales y las acusaciones del fiscal José Antonio
Zarzalejos, con elementos de pura ficción.
La mezcla de verdad y fantasía es tan inquietante y
peligrosa que Sánchez Soler se ha visto obligado a cambiar los nombres
de los protagonistas principales, aunque desde la primera página
cualquier lector los identifica con meridiana claridad. El hilo
conductor es Fierro, un asesino profesional que, por encargo de un
banquero corrupto, engatusa a Dani Espinosa (Rafi Escobedo). Ambos
comparten juergas, pases de cocaína y relaciones homosexuales. Dani
finalmente aprieta el gatillo de una Astra del calibre 22 y termina con
la vida de sus exsuegros, 'los pobres de Somosaguas', como eran
conocidos los marqueses por su tacañería.
Como haría cualquier investigador sensato, Sánchez Soler se
pregunta a quién pudo beneficiar el homicidio. La respuesta, asegura,
es evidente. «A la Banca». Manuel de la Sierra, «el marqués», era «una
persona poderosa, amigo del Rey y colaborador de la embajada de Estados
Unidos. Había vendido patrimonio de su esposa por valor de 204 millones
para comprar acciones del banco, dominar el consejo de administración e
impedir una fusión. Pero pocos meses después del crimen y desaparecido
el marqués, el Banco Hispanoamericano absorbe al Banco Urquijo y la
familia pierde mil millones de pesetas», subraya el novelista.
Una recién casada virgen
«Según el estudio conjunto de la temperatura rectal
referida en el levantamiento de los cadáveres (de 35 grados y dos
décimas), las dos muertes se produjeron alrededor de las seis horas del
día uno de agosto». La novela de Sánchez Soler comienza así, de forma
implacable, con el texto del auténtico informe forense de los marqueses.
Él, «un ingeniero agrónomo que había dado un braguetazo en toda regla,
entrando en la aristocracia por la puerta grande, vicepresidente de
Galerías Preciados, de Seguros La Estrella, de la Sociedad Anónima de
Seguros Generales, vocal de Nitratos de Castilla y de Sefisa Financiones
y consejero del Banco», recibió un único impacto en la sien derecha. Su
esposa, que dormía en otra habitación, tenía un balazo en la boca y
otro en el cráneo. La marquesa, se lee en la novela, era «una mujer sin
demasiadas luces, de moral puritana, sometida a tratamiento psiquiátrico
y que necesitaba cuidados hospitalarios de vez en cuando».
Esa mujer se llamaba Lourdes Urquijo y era la madre de
Myriam, quien la peinaba y cuidaba a diario con la dedicación de una
hija solícita. Su libro, hoy, es la confesión de un fracaso, de un error
motivado por el amor y que acabó de la peor forma posible. «La pérdida
de lo que más quería en el mundo, la detención del asesino y un juicio
paralelo que trataba de destrozarme, asegurando cosas increíbles sobre
mi hermano y sobre mí, amenazaron por hacerme perder el sentido de la
realidad», confía. «Empecé a sentirme terriblemente culpable. Pensé que,
si no me hubiese casado con Rafi, aquello no habría ocurrido», se
lamenta ahora la hija de los Urquijo.
Myriam admite sin ningún reparo el fracaso de su matrimonio
y pinta a su marido como a un tarambana sin oficio ni beneficio,
afectuoso y atento, proveniente de una familia aristocrática venida a
menos que perdió su fortuna en Cuba. Ella, que se casó pese a la
oposición familiar, supo desde el primer minuto que había cometido el
error de su vida ligándose a aquel hombre delicado y tan turbio como
melifluo. «Si de algo sirvió el viaje de bodas fue para confirmar mis
dudas de que me había equivocado. Ya en Dubrovnik, lo primero que hizo
Rafi fue buscar un espectáculo no muy recomendable para nuestra primera
noche de casados. No era una ingenua, pero de ahí a meterme en un local
como ese había un abismo», se lamenta. «Yo era una joven muy romántica y
había soñado con una boda y un viaje de novios de película rosa...».
Pero fue todo lo contrario. Myriam, que llegó virgen al matrimonio, tomó
desde los primeros días la decisión de no quedarse embarazada de Rafi.
Sánchez Soler apunta a que en su declaración ante el tribunal de La Rota
para obtener la nulidad Myriam arguyó que el matrimonio no había
llegado siquiera a ser consumado. «Las Navidades de 1978, las primeras
de casados, ya no las pasamos juntos. Rafi –escribe Myriam de la Sierra–
había querido tener hijos, pero yo me había negado rotundamente. Eso me
ayudó muchísimo a tomar la decisión de separarme», escribe en sus
memorias la hija de los marqueses.
Bisexual y putero
En su novela, Sánchez Soler es mucho menos benévolo.
Retrata al protagonista como un vividor, sablista, bisexual, bebedor,
putero y noctámbulo. Un tipo débil, amoral y sin escrúpulos al que una
leve insinuación le lleva a matar. ¿El móvil? Algo muy alejado de la
venganza y sobre lo que los informes policiales, en una instrucción
repleta de errores garrafales, pasaron de puntillas. De semejante
debacle solo se salva Rafael Romero, un policía que se retira ante tanta
incompetencia. «Se perdió la confesión de Rafi, los cadáveres fueron
lavados y vestidos antes de llegar la Policía y todas las huellas,
borradas. Unos policías se llevaron las pruebas del Juzgado número 16,
desapareció la pistola y hasta los casquillos. Terrible», describe el
novelista.
Myriam de la Sierra, sin embargo, prefiere ver en el ánimo
de revancha de su exmarido en su delicada situación financiera, la razón
última del doble homicidio. «Discutíamos con frecuencia y casi siempre
por el mismo tema: si estábamos tan mal económicamente era por culpa de
mis padres», escribe. «Él no trabajaba ni estudiaba y yo estaba cansada
de esa situación. Recuerdo perfectamente que estábamos alrededor de la
mesa del comedor y que, furioso, empezó a gritarme y me dijo: ‘tengo un
plan preparado y voy a cargarme a tu familia’».
Según la sentencia, que le condenó a 53 años de presidio,
Escobedo, que se colgaría con una sábana en El Dueso en 1988 en un
suceso poco claro, fue el autor de los disparos. Su amigo Javier
Anastasio, que se fugó de España hasta que prescribió el delito, le
condujo aquella noche a la casa.
El caso de los marqueses de Urquijo convulsionó a una
España asediada por los crímenes de ETA. Tenía todos los ingredientes:
nobleza, sangre, banqueros, un mayordomo, un amante americano, policías
torpes y fiscales con retranca. «Fue nuestro 'Los ricos también lloran'.
Visto con perspectiva, en la investigación hubo una absoluta sumisión
al poder del dinero», remacha Sánchez Soler. (FUENTE: EL CORREO).
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Caso Urquijo: Los mil giros de un misterio que ya es historia.
Fue en la madrugada del 1 de agosto de
1980. Tres disparos certeros acabaron fulminantemente con la vida de
Manuel de la Sierra y Torres y su esposa, María Lourdes Urquijo y
Morenés, los dos, marqueses de Urquijo. Un guardia de seguridad se
percató a la mañana siguiente de que uno de los cristales visible desde
el exterior de la lujosa residencia de los Urquijo en Somosaguas estaba
roto y dio la voz de alarma. A los pocos minutos todo Madrid comentaba
la noticia. Los marqueses de Urquijo habían sido asesinados.
Desde el primer momento el desconcierto fue total tanto entre la
Policía, que no encontraba un móvil verosímil para el crimen, como entre
los periodistas, que se las veían y se las deseaban para recabar
detalles de un suceso que había despertado inusitado interés entre la
opinión pública. Los marqueses eran la cúspide de una relevante familia
aristocrática, muy influyente en el sector de la banca, y dueños de una
ingente fortuna.
El mayordomo acusó a uno de los hijos de ser el instigador
Conforme se fueron conociendo los detalles del caso, aumentaban las
incóginitas y la curiosidad. Los investigadores siempre tuvieron claro
que el o los homicidas conocían a la perfección el interior de la
inmensa mansión de los Urquijo. Forzando discretamente algunos accesos
que conocían de antemano, los intrusos llegaron directos a la alcoba
donde dormía el marqués. Con sigilo extremo se le encañonó mientras
dormía. Recibió un balazo en la nuca que resultó letal. Según recogió la
sentencia del primer juicio por el asesinato, un segundo proyectil
impactó contra la pared del dormitorio tras tropezar el asesino con una
silla. Fue este segundo disparo el que alertó a la marquesa. «¿Quién
anda ahí?», preguntó. Como respuesta recibió dos tiros, uno en la boca y
otro en el cuello, que acabaron con su vida.
Por la munición empleada, los funcionarios del Grupo IX de la
Brigada Judicial, que fue a quienes se encomendó la resolución de un
misterio que tenía en vilo a todo el país, coligieron que el pistolero
habría de ser un experto tirador, puesto que solo así se explicaba que
hubiera apostado por proyectiles del calibre 22, mortales solo a muy
corta distancia y con mucho tino por parte del tirador.
El mayordomo
Pasaron muchos meses hasta que la
Policía pudo encajar las piezas del rompecabezas. Meses en los que no
cesaron ni las especulaciones ni el desfile mediático de unos y otros
implicados en la historia. Hasta que en el mes de abril de 1981, ocho
meses después, se producía la detención de Rafael Escobedo, ex marido de
Miriam de la Sierra, hija mayor del matrimonio asesinado.
A partir de ese momento, el asunto se convirtió en un filón para los
medios de comunicación más sensacionalistas y el morbo en torno a las
intimidades de una familia opulenta pero desgarrada sirvió de pábulo a
que especulaciones y truculencias llenaran los papeles. Se aireó
entonces que al marqués nunca le gustó su yerno. Lo manifestara o no de
modo explícito, a Don Manuel no le hacía ninguna gracia que su hija se
hubiera casado con alguien por el que él no sentía la menor estima. Así,
nunca apoyó económicamente a la pareja, ni siquiera, como recogió la
sentencia que condenó a Escobedo, «en momentos de agobio». Pocos días
antes del crimen, Escobedo, a quien toda España conocería como «Rafi»,
que jamás pudo soportar la ruptura con su mujer, amenazó a esta y a su
familia: «Te vas a acordar de mí. Voy a hundir a tus padres. Esta vez va
en serio».
Escobedo fue condenado a cincuenta y tres años de cárcel por los dos
asesinatos. El fallo judicial incluía una frase inquietante y que
todavía hoy, treinta años después, alienta toda clase de teorías
cosnpiratorias en torno al asesinato de los nobles. Según el Tribunal,
Rafi actuó «por sí solo o en unión de otros».
La sentencia admitía la posibilidad de la participación de otros implicados
Poco después del juicio, haría su aparición una de las estrellas del
caso. Como en todo crimen novelesco que se precie, y este se preciaba,
tenía que haber un mayordomo. El de los Urquijo, un tal Vicente Díaz
Romero, afirmó en entrevistas por las que cobró muchos millones de
pesetas que el verdadero cerebro del crimen era Juan de la Sierra, hijo
del matrimonio Urquijo, que tenía 22 años cuando sus padres fueron
asesinados. Según Díaz, Juan había sido quien «manda a Rafi que se
cargue a su padre». El mayordomo tenía su propia visión del asunto. Para
él, la muerte de sus patrones era una obra colectiva de Juan, Escobedo,
Mauricio López Roberts, marqués de Torrehermosa y Diego Martínez
Herrera, administrador de los bienes de la familia. Todos los
complicados buscarían hacerse con un trozo del pastel del enorme
patrimonio de los marqueses, quienes, al parecer no se caracterizaban
por su excesiva generosidad. Como contó Juan en una entrevista a ABC en
1983, «A mi padre le gustaba que nos abriéramos camino nosotros mismos».
El escándalo del mayordomo
A quien se dejaba fuera el fámulo era a Javier Anastasio,
el único hombre además de Escobedo, a quien la Justicia consideraría
culpable del asesinato. Anastasio fue procesado tras incriminarle López
Roberts, pero tras ser excarcelado por haber cumplido el periodo máximo
de estancia en prisión provisional, abandonó el país. En paradero
desconocido desde entonces, nunca ha cumplido la condena que le fue
impuesta. También fue condenado, aunque solo como encubridor, López
Roberts.
El último giro de esta macabra historia llegaría el 27 de agosto de
1988. Lo que comenzó en verano tendría su cierre también en verano. Al
filo del mediodía de aquel día, un funcionario de la prisión de El
Dueso, en Cantabria, encontraba ahorcado en su celda a Rafael Escobedo,
quien a la postre más caro pagó el crimen de Somosaguas. Escobedo, que
durante su estancia en prisión había hecho una amiga muy poco
recomendable, la heroína, llevaba tiempo amenazando con poner fin a su
vida. Eso no impidió que cuando apareció su cadáver muchos vieran detrás
la implicación de una mano negra que quisiera asegurarse para siempre
su silencio. Se cerraba así uno de los más destacados episodios de la
crónica negra española. ¿Para siempre? (FUENTE: ABC).