Abuso físico, psicológico y económico. Las agresiones en el
entorno familiar son un problema cada vez más visible, aunque no se han
manifestado de la noche a la mañana. «Han existido siempre, antes
aparecían asociadas a jóvenes con trastornos mentales o
drogodependientes y a un estilo educativo autoritario en el que los
padres controlaban a sus hijos apelando a castigos físicos que luego
eran imitados», señalan los técnicos del área de la Mujer de la
Diputación. Las tornas han cambiado. «Los niños crecen ahora en entornos
donde nadie pone barreras, se evita cualquier acontecimiento que les
pueda suponer una frustración y acaban desarrollando un comportamiento
tiránico», explica la experta Bárbara Suárez en el estudio 'Violencia
filio parental: aproximación a un fenómeno emergente'.
En Bizkaia, desde luego, lo es. Los psicólogos de la
Diputación empezaron a tratar casos de violencia adolescente hace cuatro
años y los casos se han multiplicado. Según sus propios datos, el
servicio, totalmente gratuito, asesoró a las familias de 25 chavales el
curso del estreno, a 49 el siguiente, 54 en 2011 y 62 el último. El
acercamiento de los profesionales a cada hogar con problemas dura doce
meses desde el momento en que los padres solicitan ayuda. El paso que
más cuesta dar. «Hay chicos que llegan al servicio con 17 ó 18 años pero
que ya protagonizaban episodios de esta clase con 12 ó 13», ha
subrayado en varias ocasiones la responsable foral de Acción Social,
Pilar Ardanza.
«De ese día no pasaba»
Pese a que los juristas aseguran que las denuncias se han
incrementado desde que viera la luz la Ley Orgánica 5/2000, la que
impone responsabilidad penal a partir de los 14 años, lo cierto es que
las familias siguen siendo reacias a pedir ayuda hasta que no viven una
situación «límite y desesperada». «Me propuse que de ese día no iba a
pasar, que tenía que pedir ayuda porque si yo no estaba bien, si no
tenía fuerzas, no podía hacer cambiar a aquella persona a quien adoraba y
que se estaba haciendo tanto daño y estaba destruyéndonos a todos».
Quien habla es Arantza -nombre ficticio-, una de las madres que ha
puesto su caso en manos de la Diputación recientemente, superando las
reticencias que invaden a todos los progenitores. «Tienen sentimientos
de frustración y de culpa -argumentan los expertos forales-, creen que
han fracasado como padres y tienen miedo a que la situación empeore y a
que se les juzgue por no haberlo sabido hacer mejor con sus hijos». O
hijas. Hace ya un par de cursos, los expertos alertaron sobre la
proliferación de casos protagonizados por niñas. En 2009 eran 7 las
identificadas y en 2011, 30, superando por primera vez el número de
varones. El pasado año pasaron por el programa 22 chicas.
El informe sobre violencia filio parental señala que los
servicios forales atendieron en 2012 a 60 familias, de las que el 26%
acabó interponiendo una denuncia contra su hijo. Los registros también
desmontan el mito de que los agresores carecen de formación -sólo el
13%-, aunque casi la mitad reconoció consumir algún tipo de sustancia
tóxica y es más habitual que estos casos se produzcan en hogares
monoparentales y en los que han existido antecedentes de violencia de
género. Las madres son las más afectadas por la ira de sus vástagos: en
todos los casos analizados sufrieron vejaciones psicológicas y en seis
de cada diez, maltrato físico. La mitad de los padres también se ven
implicados en unos casos que la Diputación trata de corregir a través de
terapias individuales y familiares y atención socioeducativa. «Se van
reajustando los roles, se genera confianza y todos encuentran alguien
con quien hablar». (FUENTE: EL CORREO).
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