El asesinato de 12 jóvenes mientras veían la última
entrega de Batman en un cine de Colorado a comienzos de mes mostró una
vez más que nadie está libre de un encuentro mortal con un pistolero
solitario en EE UU. Dos semanas después, siete feligreses sijs que
acudieron a una ceremonia en Milwaukee cayeron bajo las balas de un
neonazi, y en un campus universitario en Texas otros tres inocentes
sucumbían a los disparos de un perturbado que perdió los papeles al
quedarse sin empleo. Ante tan conocido guión, el país volvió a quedar
dividido. Por un lado, los partidarios de un estricto control de armas
para mitigar los crecientes brotes de violencia y, por otro, los
defensores de las viejas leyes del Oeste americano (más de la mitad de
la población), que equiparan el derecho a llevar una pistola en el coche
con la libertad de expresión o el sufragio universal.
En medio de ese fuego cruzado, sociólogos y psicólogos
han abierto nuevas formas de abordar el problema no necesariamente
reñidas con una revisión de viejas leyes que han permitido a la
población civil acumular un arsenal de 300 millones de artefactos para
matar. ¿Se puede equiparar un arma de fuego con un virus, un coche, el
tabaco o el alcohol? Sí, aseguran rotundos los expertos, convencidos de
que ese tipo de violencia es una enfermedad social que puede combatirse
con las misma herramientas que se emplean contra los accidentes de
tráfico o los problemas de salud que generan las adicciones.
Lo que se necesita, dicen los especialistas, es un
enfoque integral de salud pública. Las muertes por accidentes de
tráfico, por ejemplo, se han recortado drásticamente en las últimas
décadas gracias a la mejora de la seguridad en las carreteras y la
aplicación de medidas más estrictas de conducción. El parque
automovilístico no cesa de crecer pero hay menos siniestros graves y
menos víctimas. Una muestra de por dónde van los tiros: hubo un momento
en que los guardarraíles se curvaron hasta el suelo en lugar de terminar
en afiladas barras de metal que suponían un grave riesgo en caso de
choque. «Cuánta gente se dejó la vida empalada en esos hierros mientras
toda la culpa se la llevaba siempre el conductor», reflexiona el doctor
Garen Wintemute, al frente del programa de investigación para prevenir
la violencia en la Universidad de California.
Solo con aquella reglamentación adoptada en la década de
1990 no se redujeron las muertes de forma automática, lo mismo que sería
insuficiente ahora abordar el complejo asunto de la violencia con armas
centrando los esfuerzos en las personas implicadas en tiroteos. Lo que
quieren los analistas es una aproximación pragmática basada en la
realidad de una sociedad saturada de armas y buscar nuevas formas de
prevenir el daño que causan.
«Una nueva norma social»
Considerado uno de los mayores expertos en violencia con
armas de EE UU, Stephen Hargarten nunca tuvo tan clara la necesidad de
aplicar este enfoque hasta que se encontró ayudando a las víctimas del
crimen en el templo sij de Milwaukee. «Ésta es la realidad con la que
tendremos que convivir si tenemos más acceso a las armas. Debemos
encontrar una nueva norma social para luchar contra esta plaga», declaró
a la agencia AP. «¿Vamos a esperar a que se produzca otra masacre o hay
algo que podemos hacer para prevenirla?».
Ya se barajan varias tácticas que podrían incidir en la
reducción de ese tipo de violencia. En primer lugar, identificar a las
personas que son más proclives. Un estudio demuestra que un amplio
porcentaje de los dueños de armas son más propensos a excederse con el
alcohol o conducir bajo sus efectos. Otra fórmula es tipificar como
enfermedad la posesión de armas de fuego. «Esto evoluciona como
cualquier dolencia contagiosa», asegura Daniel Webster, investigador en
un centro de Baltimore. Después de un asesinato múltiple, la gente
siente la necesidad de comprar una pistola para protegerse. Hacer un
seguimiento de esta tendencia puede ayudar a reducir el fenómeno.
Nuevas leyes y una mayor vigilancia también supondrían un
importante avance. A diferencia de la mayoría de los bienes de consumo,
no existe un sistema nacional que supervise la seguridad de las armas
de fuego. Los defectos de fábrica son responsables de centenares de
accidentes mortales cada año. También se piden normas más estrictas para
que establecimientos y tiendas online no dispensen sus productos como
si fueran lechugas y prohibir la venta de equipos sofisticados, esos
rifles automáticos propios de un ejército y presentes en las recientes
masacres.(FUENTE: EL CORREO).
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