lunes, 8 de diciembre de 2014

Policía infiltrado entre los Ultra Sur durante dos años.

Se hace llamar David Madrid, es policía nacional y uno de esos valientes que arriesgan su vida por obtener información de un grupo radical siendo uno de ellos. No debe de resultar sencillo fingir durante dos años ser un neonazi de los Ultras Sur con el permanente temor a ser descubierto, dedicar 24 horas al día a hacer ese papel y asumir que pasarás el resto de tu existencia aprendiendo a convivir con la certeza de que aquellos «compañeros» a los que engañaste sueñan con cruzarse contigo por haberles traicionado.

David recalca que, en realidad, lo más difícil fue acceder a ellos. Diseñar al milímetro el plan, su coartada, cómo entrar, a través de quién, buscar el momento, andar con pies de plomo hasta ganarse su confianza y, sobre todo, no tener prisas en «caerles bien». Fue hace más de diez años y con «el atrevimiento que te da la juventud». No era exactamente un recién salido de Ávila, pero casi. «Mi jefe me lo propuso y lo único que pedí es que confiaran en mí, contar con un equipo y una cobertura. Cuando estás solo, necesitas hablar con alguien, saber cómo hacerlo, sentir que están contigo». Cree que confiaron en él porque daba «el perfil». «Me he criado en la calle, en un barrio cualquiera y la perspicacia, los instintos, se te agudizan. Supongo que fue eso», reflexiona en el reservado de un bar. ¿El objetivo? Saber quiénes son, dónde van, cómo piensan: «Poner nombres a caras».

«Estuvimos seis meses preparándolo y dos años dentro. En ese tiempo te tienes que creer tu papel. Te va la vida en ello, literalmente», admite. Durante ese tiempo de preparación casi tuvo que hacer un máster en radicalismo nazi. «Cómo piensan, qué les gusta...Vas entrando en el ambiente y para ello hay que estudiar mucho». Fueron meses de encierro y estudio sin descanso para aprenderse letras de canciones de R.A.C (Rock Against Communism o Rock Anti Comunista) que encabezan grupos como Batallón de Castigo o Estirpe Imperial, libros de cabecera del nacionalsocialismo, conocer las marcas de ropa que les identifica, cómo atarse las botas, diferenciar distinta simbología fascista.... Todo hace apología de la violencia extrema contra los «rojos» o «guarros», los inmigrantes, los homosexuales, la Policía e incluso los periodistas. «Aunque no lo parezca, muchos son gente culta, hay muchos licenciados en Derecho. Tienen bufetes especializados en la defensa de los grupos ultras para el recurso de las actas que les levantan por meter en el estadio bengalas, navajas... Tienen la infraestructura. Hasta huchas para pagar abogados. No son cuatro amigos, hay mucho más detrás», insiste. A un grupo tan cerrado y peligroso como los Ultras Sur no puedes llegar y decirles: «Hola, quiero ir con vosotros». Alguien te tiene que presentar: «Después de una investigación, nos decidimos por alguien que podía ser accesible y tiramos por esa vía».

Fue en la universidad. David se «matriculó» en Derecho para ser compañero de clase de uno de los integrantes de este grupo ultra. En realidad no era un alumno ni había pagado su matrícula, pero nadie sabía eso. En la universidad tenían otro rol. Ambos fingían: David era policía y esta persona, un violento fascista que descargaba sus odios desde el Fondo Sur del Bernabéu. «Por la calle, en su vida “normal”, no van estéticos, a no ser que vayan a un concierto, a una manifestación o al fútbol. Te sorprenderías», advierte. Comenzaron a ser compañeros y él, poco a poco, fue haciendo ver que su mundo era parecido al suyo, que compartían formas de pensar. «Un día él desliza un comentario; otro, una mirada cómplice». Comienzan las preguntas, él se interesa por su vida y David responde con cuidado. «Me inventé pocas cosas. Cuanto menos mientas, mejor. Nunca dejas de pensar que puede verte tu vecina y llamarte por tu nombre o preguntarte por tu hermana. Seguí viviendo en el mismo sitio. Casi nadie sabía que era policía y no tuve ese temor».

La amistad se va forjando hasta que un día su compañero de clase le propone ir al fútbol. Bingo. Ya tenía «padrino». «Nunca llegas a decir: “Ya estoy dentro”. Sólo piensas: ‘‘Ya puedo ir con ellos’’». Son grupos muy cerrados, «que se conocen mucho y tienen mucho que callar unos de otros». Son gente con menos antecedentes policiales que delitos.

De aquel primer partido David recuerda pocas cosas. Pero sí sensaciones. «¿Qué sentí?: ojos». Todos le hicieron la ficha. «Me sometieron al mayor escrutinio que jamás me han hecho: quién es éste, de dónde viene, quién responde por él... Mi padrino era alguien muy respetado». La perfecta y recurrente coartada era la misma: «Yo no lo he propuesto. Me lo han propuesto». Que se te noten las ganas por conocer y participar podía «cantar».

«Para no mostrarme nervioso tenía que creerme mi papel. Eso, y saber que tienes un teléfono móvil que te está mirando, porque no sólo notaba los ojos de los malos, también de los compañeros que están cerca». Esa cobertura no siempre estaba al lado. Las reuniones clandestinas para preparar manifestaciones, celebraciones del 20-N en el Valle de los Caídos, conciertos... «Estaban a cinco minutos». Dice que el miedo te mantiene en alerta, pero que la tentación de echar mano de ese móvil de «emergencia» la tuvo varias veces. «Siempre tienes la sensación de que te han descubierto. Siempre tienes la sensación de que vas a tener que echar mano del móvil, sobre todo cuando se calienta el ambiente. Teníamos muy claro nuestro límite, hasta dónde podíamos llegar y no merecía la pena ver violencia».

Y es que una cosa es ir con ellos y otra «ir de cacería». Para esto, tiene que pasar más tiempo. «Cuando hay alguien nuevo no lo van a hacer. Y salir de caza no es ir a buscar a los del equipo contrario, sino al que piensa diferente. No es una rivalidad futbolística, es ideológica. Sólo tiene que ser un “guarro”», que es como denominan los neonazis a los individuos de extrema izquierda. Sin embargo, sí sabía cuándo iban de caza y por dónde; con eso valía.

Aunque no se veían todos los fines de semana (cuando había partido, siempre), comenzó a hacer otros planes con ellos. «Lo que hace cualquier joven: quedar para beber y ligar en garitos de su estilo con chicas de ese rollo». Beben muchísimo. Las drogas están peor vistas en el mundo neonazi, eso es de «guarros».

Siempre tuvo claro que «sólo» era trabajo, pero cuando David se planteó seriamente qué hacía allí con esa gente fue en un concierto de Batallón de Castigo y otros grupos del estilo. «Me vi cantando esas letras, estaba solo y en un sitio apartado de Madrid... Pensé: ‘‘Si ahora me ve aquí uno de la academia o entra un grupo de guarros, no salgo vivo”. Y siempre tienes la duda de si tus “amigos” te creen o no». Hubiera sido una ocasión perfecta para preparar una emboscada a David y cargárselo. «Esos días viví el pleno apogeo de la exaltación de la ideología, a ver quién pegaba más y mejor, exhibición de tatuajes...».

A lo largo de esos meses, gracias al trabajo de David, muchos Ultras fueron «casualmente» filiados por la calle (un agente les solicitó el DNI) y se recolectó muchísima y valiosa información que aún a día de hoy es casi «la Biblia» para los agentes de la Brigada de Información. David es reacio a explicar cuándo y por qué se decide dar por terminado el trabajo «desde dentro». Se deducen motivos: no parece que su trabajo estuviera ni reconocido ni remunerado. En algún momento sintió que le habían dejado «tirado» y llegó un día en el que se dio cuenta de que aquello no le compensaba. Aun así, volvería a infiltrarse, «aunque con mis condiciones».

Pero ¿cómo se sale de un grupo así? «Simplemente, dejas de ir. A clase, al fútbol... Tu “padrino” te llama, te escribe.... pero no lo coges». Esa persona que le introdujo probablemente estuvo en peligro ante el resto del grupo. Se la habían «colado». Lo más llamativo de todo es que David les ha vuelto a ver las caras en la Brigada de Información. «Yo les he detenido y me han visto». Una provocación que podría haberle traído consecuencias. «Ellos saben muy poco de mí. Yo de ellos, mucho».

David ahora es formador sobre grupos urbanos violentos del Sindicato Unificado de Policía (SUP) e insiste en la importancia de educar en valores para erradicar a estos grupos. «No es sólo el deporte, hay cinco escenarios: fútbol, conciertos, manifestaciones, gimnasios y todo unido por internet. El fútbol les importa muy poco». Buscan un sentimiento de pertenencia. «Mola mucho y engancha. Cuando entras a un bar y la gente se calla. Y cuando entra el tonto y le dices “calla imbécil” y todos te respetan. El ser humano es así, somos gregarios. Fuera de ese rol, no sienten eso. Tienen familia, hijos... Pero le dan un beso a su hijo y se piran a ser ultra de fin de semana y a cantar: “Ey, negro, vuelve a la selva, Europa es blanca y no es tu tierra”». (FUENTE: LA RAZÓN).

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