Hubo un tiempo en que las únicas dos familias que habitaban la remota
y desmoronada aldea ourensana de Santoalla compartían la matanza del
cerdo con la llegada del frío. Los recién llegados, hace 17 años, eran
un matrimonio holandés que soñaba una vida de aguas limpias, aire puro y
ganadería ecológica, lejos de Ámsterdam. Y aprendieron la tradición de
los nativos, de la única familia que quedaba en el pueblo después de la
estampida emigrante que dejó medio centenar de casas vacías. Pero la
armonía no duró demasiado. Los extranjeros descubrieron que tenían
derechos sobre el monte comunal y lo reclamaron en los juzgados.
Así que la guerra se desató en este paraje montañoso, bello y desolado del municipio de Petín. Y el vecino holandés, Martin Albert Verfondern,
empezó a registrar en vídeos y fotos todos los choques violentos que se
sucedían en Santoalla. Hace casi cuatro años, el 19 de enero de 2010, a
punto de cumplir los 53, lo mataron. Escondieron su coche y su cadáver
en un monte a 12 kilómetros en línea recta. Los restos, roídos por las
alimañas, aparecieron el pasado mes de junio. En el disco duro del
holandés también quedaron grabadas varias amenazas que ahora, a la luz
de los acontecimientos que se han precipitado esta semana, cobran un
cariz siniestro.
Una juez de O Barco de Valdeorras decretó prisión
provisional por presunto homicidio para Juan Carlos Rodríguez González,
el vecino discapacitado psíquico que, en una de las grabaciones que
Verfondern hizo llegar a EL PAÍS cuatro meses antes de desaparecer, dice
que va a por él: “Voy a por ti. Que estás muy gordo ya para matarte”.
Rodríguez fue detenido el sábado pasado y confesó ante la Guardia Civil
el domingo. Eso de “voy a por ti” era la respuesta, rifle al hombro, del miembro
del clan local a una pregunta formulada por el holandés: “¿Vas por el
jabalí?”. En aquel momento la contestación podía parecer una broma, un
juego de palabras en referencia a los animales que mataban, pero
Verfondern no lo veía así. Intuía su final. Y en aquellos meses viajó a
su país para contratar un seguro de vida. Y pidió a su esposa, Margo
Pool, que si moría no lo repatriase: “Cuando me muera me pones en la
tierra con un letrero que diga ‘Aquí crece Martin, el holandés de
Petín”.
El labrador extranjero creó su propia teoría sobre aquella
“peligrosa” convivencia: lo llamaba “terrorismo rural”. No salía jamás
de su casa —situada en el extremo opuesto del pueblo a la de sus
enemigos— sin una cámara o el teléfono móvil presto a disparar. Así, a
lo largo de sus últimos años, sobre todo desde febrero de 2009 hasta que
se esfumó sin dejar rastro aparente en 2010, fue haciendo acopio de un
archivo gráfico que en parte fue a parar al juzgado y en parte a algunos
medios de comunicación. En la recopilación que facilitó a este
periódico en septiembre de 2009 constan fotografías de las personas que,
según comentaba entonces, podrían acabar siendo sus verdugos. También
hay imágenes de animales enfermos, agonizantes o muertos. Y otros ya en
cadáver descarnado, abandonados en el cauce del otrora riachuelo
cristalino junto a un cúmulo de inmundicia, electrodomésticos rotos y un
coche oxidado. Empeñado en llevar a cabo su proyecto vital en medio de
una naturaleza casi virgen, Verfondern clamaba contra el atraso de la
aldea y denunciaba que sus vecinos se lo hacían “imposible” practicando
el “maltrato animal” y tirando basura al río.
Después de llegar hasta Argentina buscando un lugar “libre de energía
nuclear”, Verfondern y Pool compraron una casa en Santoalla hace ahora
17 años. Al principio comían en la mesa de los Rodríguez, compartían
aperos, usaban su agua caliente y su teléfono. Pero la disputa por los
montes comunales, casi 500 hectáreas de pinar con mucha madera que
vender, despertó el odio mutuo. El alcalde de Petín, Miguel Bautista,
comentaba poco antes de la desaparición de Verfondern que para colmo
habían pasado por el pueblo “las eólicas” y les habían “calentado la
cabeza a todos”, con la promesa de 6.000 euros por cada uno de los 25
molinos que querían instalar. “Espero que la sangre no llegue al río”,
concluía sin saber lo que se avecinaba.
Juan Carlos Rodríguez, de 47 años, y su hermano Julio, de 51, fueron
arrestados el fin de semana pasado. El primero en confesar fue el menor,
con una minusvalía del 70%. El mayor se resistió, pero el lunes admitió
su colaboración. La juez le prohíbe acercarse a Santoalla y a la viuda
de Verfondern. Reconocieron que el extranjero murió de un disparo, y la
Guardia Civil halló en un registro la pistola que los agentes suponen el
arma homicida. Además de la muerte que se le imputa al primero, el
instituto armado también habla de un posible delito de tenencia ilícita
de armas. No obstante, los Rodríguez eran cazadores y usaban escopetas.
Verfondern grabó también sabotajes a sus cosechas; la muerte lenta de
una oveja abandonada a su suerte; o el supuesto garrotazo del patriarca
del clan, ofendido por su continuo trasiego cámara en ristre. Y mandó
instantáneas del golpe que recibió en la nuca “con el mango de un hacha”
y del dedo que, según denunció en el juzgado, le rompió a palos el
octogenario padre de Carlos y Julio. “Ya me han atacado con el hacha,
con palos, con hoces...”, resumía, “y cualquier día Carlos me dispara:
tiene el cerebro de un niño de 10 años. Cuando se pone nervioso grita
‘¡voy a coger el rifle!”.
La larga búsqueda:
- Martin Verfondern desapareció el 19 de enero de 2010. Bajó a los pueblos grandes, O Barco y A Rúa, a comprar comida y enviar correos en un cibercafé. Al regresar a la aldea se topó con la persona que lo mató.
- Su cuerpo fue trasladado por pistas de montaña dentro de su propio coche, un aparatoso Chevrolet Blazer, y abandonado en un pinar del municipio vecino de A Veiga, a 12 kilómetros en línea recta.
- Los vecinos siempre fueron sospechosos, pero no hubo ninguna prueba material contra ellos hasta que el 18 de junio pasado un helicóptero vislumbró el coche entre los árboles.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/12/01/galicia/1417467926_616260.html
(FUENTE: EL PAÍS).
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