Se
hace llamar David Madrid, es policía nacional y uno de esos valientes
que arriesgan su vida por obtener información de un grupo radical siendo
uno de ellos. No debe de resultar sencillo fingir durante dos años ser
un neonazi de los Ultras Sur con el permanente temor a ser descubierto,
dedicar 24 horas al día a hacer ese papel y asumir que pasarás el resto
de tu existencia aprendiendo a convivir con la certeza de que aquellos
«compañeros» a los que engañaste sueñan con cruzarse contigo por
haberles traicionado.
David recalca que, en realidad, lo más
difícil fue acceder a ellos. Diseñar al milímetro el plan, su coartada,
cómo entrar, a través de quién, buscar el momento, andar con pies de
plomo hasta ganarse su confianza y, sobre todo, no tener prisas en
«caerles bien». Fue hace más de diez años y con «el atrevimiento que te
da la juventud». No era exactamente un recién salido de Ávila, pero
casi. «Mi jefe me lo propuso y lo único que pedí es que confiaran en mí,
contar con un equipo y una cobertura. Cuando estás solo, necesitas
hablar con alguien, saber cómo hacerlo, sentir que están contigo». Cree
que confiaron en él porque daba «el perfil». «Me he criado en la calle,
en un barrio cualquiera y la perspicacia, los instintos, se te agudizan.
Supongo que fue eso», reflexiona en el reservado de un bar. ¿El
objetivo? Saber quiénes son, dónde van, cómo piensan: «Poner nombres a
caras».
«Estuvimos seis meses preparándolo y dos años dentro. En
ese tiempo te tienes que creer tu papel. Te va la vida en ello,
literalmente», admite. Durante ese tiempo de preparación casi tuvo que
hacer un máster en radicalismo nazi. «Cómo piensan, qué les gusta...Vas
entrando en el ambiente y para ello hay que estudiar mucho». Fueron
meses de encierro y estudio sin descanso para aprenderse letras de
canciones de R.A.C (Rock Against Communism o Rock Anti Comunista) que
encabezan grupos como Batallón de Castigo o Estirpe Imperial, libros de
cabecera del nacionalsocialismo, conocer las marcas de ropa que les
identifica, cómo atarse las botas, diferenciar distinta simbología
fascista.... Todo hace apología de la violencia extrema contra los
«rojos» o «guarros», los inmigrantes, los homosexuales, la Policía e
incluso los periodistas. «Aunque no lo parezca, muchos son gente culta,
hay muchos licenciados en Derecho. Tienen bufetes especializados en la
defensa de los grupos ultras para el recurso de las actas que les
levantan por meter en el estadio bengalas, navajas... Tienen la
infraestructura. Hasta huchas para pagar abogados. No son cuatro amigos,
hay mucho más detrás», insiste. A un grupo tan cerrado y peligroso como
los Ultras Sur no puedes llegar y decirles: «Hola, quiero ir con
vosotros». Alguien te tiene que presentar: «Después de una
investigación, nos decidimos por alguien que podía ser accesible y
tiramos por esa vía».
Fue en la universidad. David se «matriculó»
en Derecho para ser compañero de clase de uno de los integrantes de
este grupo ultra. En realidad no era un alumno ni había pagado su
matrícula, pero nadie sabía eso. En la universidad tenían otro rol.
Ambos fingían: David era policía y esta persona, un violento fascista
que descargaba sus odios desde el Fondo Sur del Bernabéu. «Por la
calle, en su vida “normal”, no van estéticos, a no ser que vayan a un
concierto, a una manifestación o al fútbol. Te sorprenderías», advierte.
Comenzaron a ser compañeros y él, poco a poco, fue haciendo ver que su
mundo era parecido al suyo, que compartían formas de pensar. «Un día él
desliza un comentario; otro, una mirada cómplice». Comienzan las
preguntas, él se interesa por su vida y David responde con cuidado. «Me
inventé pocas cosas. Cuanto menos mientas, mejor. Nunca dejas de pensar
que puede verte tu vecina y llamarte por tu nombre o preguntarte por tu
hermana. Seguí viviendo en el mismo sitio. Casi nadie sabía que era
policía y no tuve ese temor».
La amistad se va forjando hasta que
un día su compañero de clase le propone ir al fútbol. Bingo. Ya tenía
«padrino». «Nunca llegas a decir: “Ya estoy dentro”. Sólo piensas: ‘‘Ya
puedo ir con ellos’’». Son grupos muy cerrados, «que se conocen mucho y
tienen mucho que callar unos de otros». Son gente con menos antecedentes
policiales que delitos.
De aquel primer partido David recuerda
pocas cosas. Pero sí sensaciones. «¿Qué sentí?: ojos». Todos le hicieron
la ficha. «Me sometieron al mayor escrutinio que jamás me han hecho:
quién es éste, de dónde viene, quién responde por él... Mi padrino era
alguien muy respetado». La perfecta y recurrente coartada era la misma:
«Yo no lo he propuesto. Me lo han propuesto». Que se te noten las ganas
por conocer y participar podía «cantar».
«Para no mostrarme
nervioso tenía que creerme mi papel. Eso, y saber que tienes un teléfono
móvil que te está mirando, porque no sólo notaba los ojos de los malos,
también de los compañeros que están cerca». Esa cobertura no siempre
estaba al lado. Las reuniones clandestinas para preparar
manifestaciones, celebraciones del 20-N en el Valle de los Caídos,
conciertos... «Estaban a cinco minutos». Dice que el miedo te mantiene
en alerta, pero que la tentación de echar mano de ese móvil de
«emergencia» la tuvo varias veces. «Siempre tienes la sensación de que
te han descubierto. Siempre tienes la sensación de que vas a tener que
echar mano del móvil, sobre todo cuando se calienta el ambiente.
Teníamos muy claro nuestro límite, hasta dónde podíamos llegar y no
merecía la pena ver violencia».
Y es que una cosa es ir con ellos
y otra «ir de cacería». Para esto, tiene que pasar más tiempo. «Cuando
hay alguien nuevo no lo van a hacer. Y salir de caza no es ir a buscar a
los del equipo contrario, sino al que piensa diferente. No es una
rivalidad futbolística, es ideológica. Sólo tiene que ser un “guarro”»,
que es como denominan los neonazis a los individuos de extrema
izquierda. Sin embargo, sí sabía cuándo iban de caza y por dónde; con
eso valía.
Aunque no se veían todos los fines de semana (cuando
había partido, siempre), comenzó a hacer otros planes con ellos. «Lo que
hace cualquier joven: quedar para beber y ligar en garitos de su estilo
con chicas de ese rollo». Beben muchísimo. Las drogas están peor vistas
en el mundo neonazi, eso es de «guarros».
Siempre tuvo claro que
«sólo» era trabajo, pero cuando David se planteó seriamente qué hacía
allí con esa gente fue en un concierto de Batallón de Castigo y otros
grupos del estilo. «Me vi cantando esas letras, estaba solo y en un
sitio apartado de Madrid... Pensé: ‘‘Si ahora me ve aquí uno de la
academia o entra un grupo de guarros, no salgo vivo”. Y siempre tienes
la duda de si tus “amigos” te creen o no». Hubiera sido una ocasión
perfecta para preparar una emboscada a David y cargárselo. «Esos días
viví el pleno apogeo de la exaltación de la ideología, a ver quién
pegaba más y mejor, exhibición de tatuajes...».
A lo largo de
esos meses, gracias al trabajo de David, muchos Ultras fueron
«casualmente» filiados por la calle (un agente les solicitó el DNI) y se
recolectó muchísima y valiosa información que aún a día de hoy es casi
«la Biblia» para los agentes de la Brigada de Información. David es
reacio a explicar cuándo y por qué se decide dar por terminado el
trabajo «desde dentro». Se deducen motivos: no parece que su trabajo
estuviera ni reconocido ni remunerado. En algún momento sintió que le
habían dejado «tirado» y llegó un día en el que se dio cuenta de que
aquello no le compensaba. Aun así, volvería a infiltrarse, «aunque con
mis condiciones».
Pero ¿cómo se sale de un grupo así?
«Simplemente, dejas de ir. A clase, al fútbol... Tu “padrino” te llama,
te escribe.... pero no lo coges». Esa persona que le introdujo
probablemente estuvo en peligro ante el resto del grupo. Se la habían
«colado». Lo más llamativo de todo es que David les ha vuelto a ver las
caras en la Brigada de Información. «Yo les he detenido y me han visto».
Una provocación que podría haberle traído consecuencias. «Ellos saben
muy poco de mí. Yo de ellos, mucho».
David
ahora es formador sobre grupos urbanos violentos del Sindicato Unificado
de Policía (SUP) e insiste en la importancia de educar en valores para
erradicar a estos grupos. «No es sólo el deporte, hay cinco escenarios:
fútbol, conciertos, manifestaciones, gimnasios y todo unido por
internet. El fútbol les importa muy poco». Buscan un sentimiento de
pertenencia. «Mola mucho y engancha. Cuando entras a un bar y la gente
se calla. Y cuando entra el tonto y le dices “calla imbécil” y todos te
respetan. El ser humano es así, somos gregarios. Fuera de ese rol, no
sienten eso. Tienen familia, hijos... Pero le dan un beso a su hijo y se
piran a ser ultra de fin de semana y a cantar: “Ey, negro, vuelve a la
selva, Europa es blanca y no es tu tierra”». (FUENTE: LA RAZÓN).