El asesinato de una familia en la madrugada del lunes ha conmocionado
Brasil. Un matrimonio de policías, su hijo de 13 años, la abuela y una
tía abuela del pequeño fueron hallados muertos con tiros en la cabeza en
su propia casa. Era la típica escena brutal que los investigadores
relacionaron inmediatamente con una venganza del crimen organizado pero,
esta vez, las pistas señalaban al niño como el principal sospechoso. El
chico de gesto dulce habría matado a su familia durante la noche y se
habría suicidado después.
La hipótesis que defiende la Policía Civil sostiene que Marcelo
Passeghini usó la pistola de su madre, cabo de la Policía Militar, para
disparar a su tía y a su abuela, que vivían en una casa contigua en el
mismo terreno, y a sus padres, ambos policías. El orden de los
asesinatos no se ha esclarecido todavía, pero por cómo yacían los
cuerpos, todo apunta a que la familia dormía cuando sucedió el crimen.
Todos menos Marcelo.
Nadie oyó los disparos y nadie sospechó nada a la mañana siguiente
porque Marcelo fue a clase tan tranquilo. Tras el crimen, el chico
agarró su mochila del colegio —en la que metió un revólver— y se marchó
de casa en el coche familiar. Una cámara del vecindario grabó la llegada
del vehículo a una calle cercana a la escuela. Era la una de la
madrugada. Las imágenes registraron que unas cinco horas después,
Marcelo salió del automóvil y caminó hacia el cole con su mochila al
hombro. El niño, considerado un buen alumno, pasó el día en clase sin
que sus profesores o compañeros notasen nada extraño. Al acabar las
clases, el padre de un compañero lo dejó en casa. Según los testimonios
publicados por los medios brasileños, el hombre llegó a tocar el claxon
para avisar a la familia, pero Marcelo le pidió que parase porque su
padre estaba durmiendo. El chico entró en casa y fue entonces cuando,
según la versión policial, decidió pegarse un tiro en la cabeza junto a
los cuerpos de sus padres. Marcelo sostenía el arma del crimen con la
mano izquierda cuando los agentes descubrieron la escena.
Cuando los investigadores descartaron la participación del crimen
organizado, que vive en permanente lucha con los cuerpos de seguridad,
se centraron, no sin sorpresa, en el hijo. ¿Cómo un chaval de 13 años
era capaz de planear ese crimen, disparar a quemarropa sin que los
vecinos se alertasen y conducir de madrugada para ir al colegio con
total tranquilidad?
Los parientes de la familia asesinada fueron los primeros en dudar de
la versión de la Policía Civil. Marcelo era un niño enfermo. Sufría
diabetes y fibrosis quística, una enfermedad genética y degenerativa que
puede llevar al paciente a una muerte prematura en la edad adulta, pero
no padecía ninguna enfermedad psiquiátrica. Tampoco recordaban que el
chico supiese conducir. Un tío negó hasta que fuese zurdo.
Pero las dudas que más pesaron sobre la versión oficial llegaron el
miércoles. Un día antes de que los programas de televisión se recrearan
con las fotos de la escena del crimen y sondeos sobre quién sería el
asesino, el coronel Wagner Dimas, jefe del batallón de la madre, dio una
entrevista en la radio con la que dio un vuelco a la historia. El
policía afirmó que la mujer, de 36 años, había denunciado a varios
colegas suyos por participar en robos de cajeros automáticos. El coronel
dijo que no tenía conocimiento de que la familia hubiese recibido
amenazas por la delación, pero no descartó que pudiese tener relación
con el crimen. El alboroto fue tal —la Policía Civil insistía en que el
niño era el único sospechoso— que Dimas se retractó al día siguiente y
negó todo lo declarado. Dijo que fue malinterpretado o que no se expresó
bien.
Otras declaraciones continúan todavía arrojando dudas sobre la
investigación. El policía jubilado y diputado estatal Olímpio Gomes
también dijo que desconfiaba de la versión de la Policía Civil, según
recogía ayer el diario Folha de São Paulo.
Gomes apuntó que parecía que el lugar del crimen había sido manipulado y
que no le cuadraba la posición en la que se encontró el arma del
chiquillo.
A pesar de las aparentes incógnitas y de que el caso cuenta con
varios elementos que invitan a desviar el foco, la Policía Civil
mantiene la hipótesis del niño asesino que a la sociedad brasileña le
cuesta aceptar. El padre de Marcelo, de 40 años, era agente de la Rota,
la tropa de élite de la Policía Militar y enemiga principal de las
facciones criminales que actúan en São Paulo, lo que llevó a creer en la
implicación del crimen organizado, pero fue precisamente él quien
enseñó a su hijo cómo disparar. La madre fue quien enseñó a su hijo a
conducir.
Las primeras pruebas periciales señalan que Marcelo no tenía pólvora
en sus manos y que el padre murió varias horas antes que el resto de
parientes y que la madre yacía de rodillas junto a la cama, indicios
suficientes para avivar las especulaciones. Sin embargo, en este caso
parece que han pesado más los testimonios que las pruebas periciales.
Uno de los mejores amigos de Marcelo fue clave para los agentes.
Según Itagiba Franco, el delegado que está a cargo de la investigación,
el chaval contó que Marcelo siempre le había llamado para escaparse de
casa y convertirse en un asesino a sueldo. Según contó el veterano
policía, Marcelo “tenía el plan de matar a los padres durante la noche,
cuando nadie lo supiese, y huir con el coche para vivir en un lugar
abandonado”. (FUENTE: EL PAÍS).